Ayer empezó
“Supervivientes de las tentaciones”. Visto de cerca, no. Visto de cerca empezó
“Supervivientes”. Pero visto de cerca las cosas parecen lo que no son. De cerca
los árboles no dejan ver el bosque. Y, del mismo modo que un bosque parece solo
un montón de árboles, el estreno de ayer parece un programa en el que varias
personas sobreviven con esfuerzo e ingenio a las adversidades. Pero no es así. Un
bosque es algo mucho más complejo y valioso que un conjunto de árboles, y lo
que ayer se estrenó es algo muchísimo más sencillo e irrelevante que las
peripecias de unos valientes arrostrando peligros.
Alejándose un poco,
se ven las cosas como son. Con perspectiva se ve que ayer empezó “Supervivientes
de las tentaciones”, o sea, la prolongación de “La isla de las tentaciones”. Si
“Supervivientes” ya es una filfa, “Supervivientes de las tentaciones” es la
filfa de una filfa. No se molestaron ni en fichar un par de famosos de
relumbrón a golpe de talonario. Tiraron de banquillo y se conformaron con famosetes
de serie C que aspiran a aprovechar la ocasión para llegar a ser de serie B. La
misión de estos personajes ya no es simplemente simular que lo pasan mal para
ganar en cuatro días una pasta que si quisieran ganar madrugando los lunes para
ir al curro lo pasarían mucho peor, sufrirían más penurias y durante mucho más
tiempo que esos cuatro días que van a estar en Honduras sobreactuando. Ahora su
misión es interpretar durante tres meses un batido de culebrones de amor y
desamor, alianzas y traiciones, lealtades e infidelidades que permitan descubrir
nuevos filones en el rico yacimiento descubierto en “La isla de las
tentaciones”.
Por lo mismo, quien
estrenó ayer programa no fue Telecinco, sino Mediaset. Ya no es Telecinco quien
vive del monocultivo del reality show, sino también Cuatro y, por tanto,
Mediaset. Ya solo nos falta esperar a ver con qué cariñoso nombre rebautizan a
Cuatro quienes llaman a Telecinco “Telecirco”, y a Mediaset “Mierdaset”.
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