Vientos de 145
kilómetros por hora, olas de más de cinco metros de altura, unas condiciones
meteorológicas de mil demonios, los cayos de Honduras donde se desenvuelve
“Supervivientes” azotados por un temporal terrible, los participantes sometidos
a unas durísimas circunstancias que ponen en peligro su integridad física e
incluso su supervivencia… y van y los rescatan.
Justo cuando los
supervivientes tenían que demostrar su condición de supervivientes, cuando el
nombre del programa iba a tener algo que ver con su contenido, cuando vale la
pena ver el espectáculo, cuando por fin iba a ocurrir algo que no estaba
guionizado, cuando la vida en directo iba a ser de verdad la vida en directo,
cuando un reality show iba a mostrar
sin pamplinas la cruda realidad, cuando los cualificadísimos especialistas en
supervivencia del programa iban a desplegar sus amplios conocimientos y gran
capacitación para sobrevivir a tormentas y huracanes, cuando en nuestras casas
hasta los más descreídos habíamos hecho acopio de palomitas para no perder
detalle… se los llevan a todos a un lugar seguro en donde nada, absolutamente
nada de lo que les pueda ocurrir, tenga que ver nada, absolutamente nada que
ver, con la supervivencia.
Si “Supervivientes”
fuera un producto envasado situado en el lineal de un supermercado, se le haría
la vida imposible denunciando que su contenido no guarda relación con lo que
dice el envase, se le multaría por publicidad engañosa y se le exigiría que
dejara de mentir y engañar al consumidor. Pero no lo es. Es solo televisión, y
aquí vale todo. Nos dicen que lo más que podemos hacer es cambiar de canal y
después callar la boca. No hay asociaciones de consumidores leyendo los títulos
de crédito y exigiendo que se cumpla lo que ahí pone, así que pueden escribir
“Supervivientes” bien grande porque la impunidad es lo que tiene. A nosotros
nos toca callar, cambiar de canal y meternos las palomitas por donde nos
quepan.
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