“La isla de las tentaciones”
es la bomba televisiva del año. Vale, pero hablemos de asuntos serios y dejémonos
de infidelidades chorras y amores eternos que duran lo que duran dos peces de
hielo en un whisky on the rocks (¡fuerza, Sabina!).
¿Saben que la
princesa Leonor Borbón cayó en la tentación de ver “La isla de
las tentaciones? En los mamíferos, y somos mamíferos, durante la gametogénesis
femenina u ovogénesis, se produce el desarrollo y diferenciación de ovocitos
mediante la división meiótica a partir de células diploides. Como oyen. Sorprendentemente,
este proceso se inicia durante el desarrollo embrionario. De los millones de células
madre u ovogonias procedentes de células germinales primordiales disponibles antes
del nacimiento, solo unas miles se convierten en ovocitos primarios y entran en
la profase de meiosis hasta que su desarrollo se detiene antes o poco después
del nacimiento. Ya ven. El proceso se reanuda años más tarde, durante la
pubertad, haciendo que solo 400 de los ovocitos primarios disponibles maduren
en la forma de óvulos en ciclos de 28 días durante la época fértil de la mujer.
Es así la cosa. Como la vida de cada mujer es cosa suya, allá lo que cada una decida
respecto a qué espermatozoides fecundarán (o no) sus óvulos y formarán cigotos
que podrían terminar siendo la alegría de la casa (o tampoco). Caso distinto es,
con perdón, el de Leonor. Puesto que su casa es la casa real, este proceso es
un asunto político de primer orden que trasciende el mero proceso biológico. Es
asunto de todos porque nos afecta a todos. Por eso lo recoge, por ejemplo, la Constitución.
La vida sexual y
reproductiva de Cristopher y Estefaníaaa es cosa suya, la de Leonor,
no. Ya tiene catorce añitos y el Parlamento debería considerar qué modelos de conducta
sexual sigue en la tele, no vaya a ser que de estos polvos vengan unos lodos
que un día hagan salir a los habitantes del reino a la calle gritando desesperados
“¡Leonooor!”.
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