Pues ni de los padres, ni del Estado: los hijos son de la televisión. A ver si nos enteramos. “Ser de” tiene un montón de significados: yo soy de Asturias, soy de la familia de los Rico, soy del Atlético de Portugalete, soy de izquierdas, soy de carne y hueso, soy de los que lo dejan todo para el último momento… En muy pocas ocasiones, “ser de” implica “ser propiedad de”; de hecho, los seres humanos no somos propiedad ni de nuestros padres ni de los Estados en donde vivimos, así que la polémica entre la ministra Celaá y Pablo Casado no tiene mucho sentido. Pero si damos a “ser de” el vago significado de “estar determinado por”, “ser el resultado de”, “estar muy influido por”, entonces no cabe duda: los hijos son de la televisión.
Cuando declinaba la influencia de la televisión sobre nuestros jóvenes, llegaron Netflix, HBO, Amazon, y la caja tonta, -ahora, la tableta tonta-, volvió a recuperar su puesto de consejera espiritual y formadora moral de la futura ciudadanía. Importan un pito las charlas que la escuela programe sobre tolerancia hacia el colectivo LGBT+. Ya pueden los padres sermonear día y noche a su prole sobre la lacra del racismo. Lo que los niños opinen dentro de diez años sobre la homosexualidad, la inmigración o la religión va a depender de “Sex Education”, “Mesias” y “Élite”. Por una vez, el pin parental verdaderamente importante es el original, el televisivo.
Y conviene no olvidar que, a estos efectos, la televisión no son unas ondas que viajan mágicamente por el aire, sino unos señores muy aburridos que fuman puros, se reúnen en consejos de administración y viven por y para las cuentas de beneficios. No se entiende que algunos grupos políticos pongan el acento en la pequeña influencia que ejerce la escuela en una sociedad democrática y se lo quiten al gigante lavado de cerebro que ejercen las empresas que nadie ha elegido, salvo que justamente sientan que esa pequeña influencia amenaza, aunque sea mínimamente, la ideología mayoritaria de los medios de comunicación privados.
Sensor Rico, en serio que hace falta decir tanta tontería para escribir un artículo de periódico?
ResponderEliminarSi su abuela o su madre lo hubieran escuchado seguramente no hubiera ni visto llegar la zapatilla. Sentido común, señor Rico, sentido común por favor.
No te entiendo, Anónimo .¿Dónde están las tonterías¿ O es que criticamos por criticar..¿
ResponderEliminarNormalmente el sr. Rico exhibe un envidiable sentido común y esta vez también y más, si cabe.
Besitos, Sensor Anónimo.
De acuerdo con su lúcida reflexión. Muchas gracias.
ResponderEliminarA ver, "Sensor" Anónimo, ¿comentas y tú solo te contestas? Bueno, lo de que "comentas" es un decir... Vaya sarta de estupideces.
ResponderEliminarEn fin, toda la razón como siempre, Antonio. Los hijos de p. de siempre poniendo el foco (interesadamente, por supuesto) en la gilipollez del pin parental cuando lo que debería preocuparles —y preocuparnos— es lo que ven los chavales en las plataformas que citas o lo que se transmite por las redes.