El amor de pareja nace, se desarrolla y muere. Igual que las personas. La conciencia del fin de la vida caracteriza a los seres humanos y permite dar sentido a todo lo que hacemos. Lo mismo sucede con el amor, y la conciencia de su final también debería marcar el significado que le damos. Algunos amores parecen eternos porque los amantes se mueren antes de que se acaben, pero si las personas viviéramos lo suficiente veríamos morir todos nuestros amores. Con el tiempo las personas desaparecen, los amores desaparecen, y la fantasía de un amor eterno se disuelve como la de una vida eterna. No sólo vamos a morir nosotros, también nuestras pasiones.
Noah Baumbach nos ofrece en Netflix la historia de un amor -bueno, la película se llama “Historia de un matrimonio”; amor y matrimonio no es lo mismo, pero a veces tienen algo que ver-. Si la historia de una persona se llama biografía, propongo el término erotografía para referirse a la historia de un amor. Las biografías suelen centrarse en individuos extraordinarios, pero esta erotografía está protagonizada por un amor sencillo, cuyo nacimiento, desarrollo y muerte todos entendemos. Lo bello si sencillo, dos veces bello, y Baumbach consigue alcanzar una belleza real, relevante, duradera -se seguirá hablando de esta película cuando “el irlandés” vuelva a ser Van Morrison-, a la que uno no se habitúa, sino que se sensibiliza, con una segunda o tercera revisión. Solamente la brutal sinceridad y carne viva del guion consigue distraer momentáneamente del disfrute de los numerosísimos detalles y niveles de la narración.
Las comedias románticas son comedias porque terminan un minuto antes de que comience la tragedia. “Historia de un matrimonio” comienza un minuto después. Igual que las biografías se llevan mal con la comedia y suelen culminar con la muerte del protagonista, las erotografías no son el ecosistema de Jennifer Aniston y suelen terminar no en cementerios sino en juzgados. Pero sólo películas como ésta permiten dar sentido al amor de pareja en el siglo XXI.
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