Conviene no confundir la justicia con la venganza. En mi caso claramente lo que me mueve es la segunda. Venganza. Desquite. Revancha. Toda la vida deseando hacer crítica de cine en esta columna y teniendo que soportar el boicot supremacista de los críticos de cine profesionales. Que si no. Que si yo soy de televisión. Que si yo me tengo que limitar a hacer crítica de “Sálvame” o de “Médico de familia”. Que si para hablar de “Sin perdón” o de “El despertar de la fuerza” hay que tener una formación que los críticos de televisión no tenemos. Que, así como ellos no se meten a escribir valoraciones sobre Ana Rosa Quintana o Matías Prats, quién soy yo para juzgar el trabajo de Steven Spielberg o Quentin Tarantino. Miraditas por encima del hombro. Sonrisas condescendientes. Palmadas en la espalda.
Hasta hoy, muahahaha. Porque, queridos amigos, “El irlandés”, la nueva obra de Martin Scorsese, es un producto te-le-vi-si-vo. Hecho para la tele, concretamente, para Netflix, ese imperio generador y depredador a la vez de la cultura moderna. Es posible que se proyecte en alguna sala tradicional, como también podemos ver a Indiana Jones en la salita de casa. Pero, que os quede claro, “El irlandés” me toca a mí, cae de mi lado, es mío y sólo mío. Así que no quiero leer un solo comentario de la película de Scorsese firmado por un crítico de cine, salvo que queráis recibir la denuncia por intrusismo profesional con la que tantas veces me amenazasteis a mí tras cada estreno de cada película de Woody Allen.
Hoy es domingo. Hace un día de perros. Creo que me voy a quedar en casa por la tarde tumbado en el sofá, y voy a zamparme “El irlandés”. Y a ver si algún día de la próxima semana publico mi primera crítica de ese género televisivo que empiezan a ser las películas de cine. Vosotros, intelectuales críticos superiores de cine, podéis coger el coche para ir a algún centro comercial a ver “Parásitos”, de Bong Joon-Ho. Es muy buena -con perdón por opinar-. Abrigaos.
Ahí queda eso
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