¿Los Premios Princesa de Girona fueron la previa de la previa del debate a cinco ofrecido por TVE? ¿Podemos votar a Ana Blanco en las elecciones del día 10 de noviembre? ¿Por qué no hay otro debate entre los asesores de los candidatos de los principales partidos políticos? ¿Hasta cuándo tendremos que escuchar la horripilante palabra “photocall” cuando los candidatos se hacen fotos delante de un fondo con logotipos? ¿Hasta cuándo las noticias falsas seguirán siendo “fake news”? ¿Por qué nadie le prestó un abrigo a María Casado, presidenta de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión, mientras esperaba a los candidatos en la entrada del Palacio de Cristal? Si, al parecer, lo importante en un debate político ya no es lo que se dice, sino cómo se dice y el “lenguaje no verbal” de los candidatos, ¿qué sentido tiene escuchar el debate en la radio? ¿No echaron de menos el VAR en el debate cuando los candidatos vomitaban medias verdades o formidables mentiras? ¿Por qué debajo de los adoquines de Barcelona no está la playa, sino el bolso sin fondo de Mary Poppins-Rivera? ¿Quién ha decidido que la referencia de Pablo Iglesias a las limpiadoras y los trasplantes de riñón en los hospitales públicos son más demagógicas que la constante apelación al “diálogo” en Cataluña o la elección entre pensiones o autonomías que propone Abascal? ¿No le han dicho sus asesores a Pedro Sánchez que es de mala educación no responder a las preguntas directas? Si el dichoso, grimoso, infantiloide y antierótico “minuto de oro” en el que los candidatos compiten para ver quién es más ridículo y quién sirve de argumento a mayor número de “memes” es tan importante y decisivo, ¿por qué el debate duró casi tres horas? ¿Por qué TVE permitió que Pedro J. Ramírez pontificara sobe sí mismo e hiciera apología de su medio, que es lo que mejor sabe hacer, en los descansos del debate, en esa loca carrera del periodista riojano para convertirse en el Jordi Hurtado de la tertulia política? ¿Llegará el día en que los debates entre candidatos no serán necesarios porque, como en el inquietante relato “Sufragio universal” de Isaac Asimov, todas las decisiones las tomará un superordenador que solo necesitará el voto de un ciudadano determinado como representativo para ponderar el “factor humano”?
¿Y por qué todas estas preguntas parecen respuestas?
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