La serie “The Terror: Infamy” (AMC) no solo mejora la fantástica (en todos los sentidos) primera entrega, sino que nos permite conocer los entresijos del injusto y delirante internamiento en campos de concentración de miles de estadounidenses de origen japonés sospechosos de espionaje después del ataque a Pearl Harbor. Pero el exquisito realismo de la serie, las formidables interpretaciones y las inquietantes sorpresas históricas que nos reserva este vistazo a algunas decisiones de Roosevelt palidecen ante el “yurei”, un ser sobrenatural que consigue que nos agarremos al sofá mientras contenemos la respiración y, sobre todo, ante la capacidad del ser humano para superar cualquier miedo producido por los fantasmas. El cartel promocional de “La peste. La mano de la Garduña” (Movistar +) nos avisa de que los humanos eran peores que las ratas. ¿Y si los humanos son peores que los fantasmas?
¿Por qué tantos estadounidenses se dejaron llevar por la sinrazón, el odio y el racismo más primario después del 7 de diciembre de 1941? Creo que lo que ocurrió, y lo que vemos en “The Terror: Infamy”, fue una actualización de la famosa apuesta de Pascal en la que el filósofo francés planteaba que lo más razonable era creer en Dios puesto que si creemos en Dios y Dios existe lo ganamos todo, pero si no existe no perdemos casi nada; en cambio, si decidimos no creer en Dios y Dios, en efecto, no existe, no ganamos nada, pero si existe lo perdemos todo. Por lo tanto, la mejor apuesta es creer en Dios. La apuesta de Pascal es falaz no solo porque la creencia en Dios no depende de una “decisión”, sino porque cabe la posibilidad de que Dios, si existe, sea más comprensivo con los que no creyeron en él que los que sí lo hicieron solo porque esperaban un beneficio. La apuesta de Roosevelt cuando ordenó encerrar a más de cien mil seres humanos solo porque su origen estaba en un país que había decidido bombardear Pearl Harbor se basó en creer que si esos hombres eran espías japoneses se ganaba mucho encerrándolos de forma preventiva pero se perdía muchísimo dejándolos libres, mientras que si eran patriotas estadounidenses con raíces en Japón no se perdía mucho al encerrarlos ni se ganaba demasiado dejándolos en libertad. Creer en Dios no es una puesta tan segura como creía Pascal, y creer que todos los estadounidenses de origen japonés eran traidores como creyó Roosevelt tampoco lo fue. Las apuestas, mejor con gaseosa.
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