Poco a poco, sin llamar la atención, se van introduciendo en nuestro planeta. Son especialistas en pasar desapercibidas y no tienen ninguna prisa por completar la invasión a corto plazo. Saben esperar. Mire a su alrededor: algunas de las personas que le rodean son sus seguidoras fieles. No les gusta hablar de ello, y nunca lo reconocerán a no ser que usted rompa el hielo primero y confiese que también pertenece al mismo grupo de fanáticos. Es muy probable que usted ni siquiera sepa que existen e ignore por completo que ya tienen completamente infiltrados cuatro de los cinco continentes. No, no son los illuminatis, los extraterrestres del planeta Ummo o los crudiveganos. Son algo mucho más peligroso: ¡las telenovelas turcas!
Los críticos analizamos minuciosamente “Watchmen” o “Fleabag” o “Black mirror”. No nos verán deconstruir “Fatmagül”, “Sühan” o “El secreto de Feriha”. Entre otras cosas, porque no las vemos ni cocidos con pacharán. Sus seguidores no escriben blogs, no hacen cosplays, ni colapsan twitter con las resoluciones de las tramas. Tienen otro perfil mucho más discreto. Pero en este momento, noviembre de 2019, y tras poco más de un año de su llegada a Nova (Atresmedia) y Divinity (Mediaset), ya son las series más vistas en nuestro país. Y son también un bombazo de audiencia en Japón. Y en Noruega. Y en otros ciento cincuenta y tres -la cifra es rigurosa- países urbi et orbi.
Napoleón lo sabía: “Si todo el mundo fuera un único país, Estambul sería su capital”. En este momento, si todas las audiencias del mundo fueran una única audiencia, la estambulí “Fatmagül” sería su serie favorita. Máquinas de difundir estereotipos de clases sociales, sexos, edades, puritita ideología en HD, costumbrismo conservador y temáticas domésticas. No la verán en Netflix. O sí. A lo mejor resulta que la humanidad -así, tomada como un conjunto, como una unidad formada por algo en común que une a todos los seres humanos- sí existe y está más cerca de lo que pensamos. Otra cosa es que nos guste.
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