Mientras que el materialismo marxista atribuye en exclusiva a la lucha de clases el curso de la Historia, otras visiones materialistas actuales consideran que el motor económico de las sociedades no se agota en la dialéctica de clases, sino que pide combinarse con una dialéctica entre Estados. Los capitalistas alemanes luchan contra los obreros alemanes, es verdad, pero también contra los capitalistas del sur de Europa. Las luchas “verticales” se combinan con las “horizontales”, a través no sólo de procesos como las guerras, sino también de formas menos cruentas, pero igualmente transformadoras, de intervención sobre los países vecinos.
No es una cuestión moral, es la lógica elemental de las relaciones internacionales. Los Estados procuran debilitar a sus Estados competidores, extienden sus influencias sobre ellos, financian iniciativas tanto en sus propios territorios como en los Estados rivales que faciliten estos fines. Creer que lo que está ocurriendo en Cataluña es fruto de la expresión de una identidad nacional natural más o menos equivocada, ignorando los hilos que están moviendo los intereses internacionales en esta farsa, es de una ingenuidad que raya en la candidez. ¿Cuáles son los países que se beneficiarán económicamente de la fragmentación de España? ¿Son capitalistas o socialistas? ¿Alguien se cree que asisten a esta milonga como espectadores apáticos?
En los últimos cincuenta años hemos asistido a una evolución de Europa caracterizada por la fragmentación de algunos de sus países más importantes durante el siglo XX, compensada por una única unificación, la de Alemania, que dio lugar a la mayor potencia económica europea. Siempre con la mediación de la basura del nacionalismo, países que eran potencias medianas de cierta relevancia -Yugoslavia, Checoslovaquia, ¿ahora España?- quedan troceados en países ínfimos que sólo ven multiplicada, por aquello del aumento de sus representantes, su capacidad de triunfar -les recuerdo que esta columna trata sobre televisión- en el Festival de Eurovisión.
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