A Telecinco le ocurre lo mismo que a la realeza europea: como no paran de reproducirse entre ellos mismos, les salen hijos tontos. Son los riesgos de la endogamia. Biológicamente, la reproducción entre familiares consanguíneos eleva el riesgo de que coincidan genes recesivos asociados con enfermedades en la carga genética que aporta cada progenitor. En la televisión pasa algo parecido, y cada vez que un programa se forma a base de coitos entre otros programas de la misma cadena la ruleta genética termina parando sobre la zona de los trastornos.
Le ocurrió a Carlos II, un Habsburgo cuyo árbol genealógico estaba tan cargado de cruces entre primos carnales, tíos y sobrinos, y demás parientes cercanos, que su proporción de genes heredados idénticos era mayor que la esperable del hijo de dos hermanos, dato real y circunstancia que le procuró una corta vida llena de más problemas físicos y psíquicos de los que cabrían en esta columna. Y le acaba de ocurrir a “Gran Hermano VIP”, recién nacido de una dinastía en donde se ha cruzado participantes de “Got Talent” con otros de “Mujeres y hombres y viceversa”, genes de “Sálvame” con los de “Supervivientes”, primos fornicando a troche y moche en esa orgía de la endogamia en que se ha convertido Mediaset.
Y, claro, la exploración inicial del nuevo programa estrella de Telecinco detecta más taras que las que se espera encontrar en los peces del mar de Japón que naden entre las aguas de los tanques de Fukushima. La séptima -¿octava, vigésimo novena, le importa a alguien?- edición de “GH VIP” respira con dificultad, tiene inmadurez psicomotora, ginecomastia, hipogonadismo hipergonadotrópico y un profundo retraso mental que le hace incapaz de llevar una vida independiente del mastodóntico aparato de autopromoción de su cadena. Reinará, sin duda, -de hecho, ya le ganó a “Masterchef” en la noche de su estreno-, como reinó Carlos II a finales del siglo XVII. Esperemos que, como éste, muera sin descendencia.
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