Tome aire, ¿lo
nota? Llene los pulmones, ¿ve qué bien se está? Encienda la tele sin miedo, mire
la Luna por la ventana, disfrute de lo que ve. ¡Ah! ¿No es cierto, telespectador,
que en esta apartada orilla más pura la Luna brilla y se respira mejor? Eso es porque
llegó agosto. Al fin,
El mes de julio
fue horrible. Cada verano la tele empeora, pero este año más. Se veía venir
desde que anunciaron el cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna.
Qué peligro. Si la tele entraba en bucle, la tabarra podía ser insufrible. Y lo
fue. Horas hablando del acontecimiento, de la retransmisión televisiva más famosa
de la historia, de las imágenes que dejaron al mundo boquiabierto. Las cadenas
se llenaron de especialistas listísimos analizando cada detalle y de analistas preparadísimos
especializados en cada pormenor. Que si las sombras, que si la bandera, que si
las huellas, que si las estrellas, que si la Luna, que si la Tierra. Piensan
que van a engañarnos con un montaje tan burdo. Esas mentiras no se las creen ni
ellos. A otro perro con ese hueso.
Pero ya pasó
julio. El cincuentenario quedó atrás. Este vuelve a ser un verano como
cualquier otro. La tele vuelve a estar dominada por reposiciones, sustituciones,
saldos y últimas ocasiones. Y para esto estamos preparados. Si hay suerte, hasta
dentro de veinticinco años las cadenas no volverán a ponerse tan pesadas con esos
embustes sobre la llegada del hombre a la Luna que solo convencen a los niños y
a los listos que se creen las historias más inverosímiles. Espero que para
entonces la tele haya aprendido a ignorar a los iluminados, egocéntricos y analfabetos
que cuentan sus chifladuras mendigando un poco de casito. Cuando la tele se libre
de ellos, cuando celebre el aniversario de la gran gesta espacial libre de
visionarios y conspiranoicos listísimos, estaremos ante un pequeño paso para la
programación televisiva, pero un gran paso para la humanidad. Nos vemos en 2.044.
Comienza el viaje.
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