No sé si clasificación por edades de los programas televisivos tiene hoy tanto sentido como prohibir los móviles en los institutos o luchar contra la ley de la gravedad, pero ya que en España existen programas clasificados como aptos para todos los públicos y programas no recomendados para menores de 7, 12, 13, 16 y 18 años, me pregunto cuál es la razón para que la serie documental “Del Día D a Berlín: la última batalla de Hitler” (National Geographic) no esté recomendada para menores de 18 años. ¿La historia está clasificada por edades, de forma que todo lo que tiene que ver con Hitler y la II Guerra Mundial no está recomendado para menores de edad, mientras que la entrada de los cristianos en Jerusalén en la Primera Cruzada o la batalla de Maratón son aptas para todos los públicos? Difícil cuestión. ¿Por qué un documental sobre el ataque de los aliados al fuerte Montbarey, que protegía la ciudad de Brest ocupada por los nazis, no está recomendado para menores de 18 años? ¿Acaso por esos tanques británicos que escupen fuego y achicharran nazis, de forma que un episodio de la II Guerra Mundial termina pareciéndose a un capítulo de “Juego de Tronos”?
Las microhistorias que encierran los episodios de “Del Día D a Berlín” cepillan la historia a contrapelo, como quería Walter Benjamin, y los retratos de los soldados que lucharon en la Europa devastada por los nazis buscan lo mismo que la retratística en la antigua Roma, que no se limitaba a recordar a una persona, sino que era un modo de mantener su presencia en nuestro mundo. ¿Hay que mantener los horrores de la II Guerra Mundial en nuestro mundo? Por supuesto. Y no solo porque, como se dice tantas veces, si olvidamos la historia estamos condenados a repetirla, sino porque la historia es maestra de la vida. Por eso me sorprende que “Del Día D a Berlín” no esté recomendado para menores de 18 años mientras que, por ejemplo, los vídeos de “Vergüenza ajena” sí lo son.
Hubo dragones disfrazados de tanques en la II Guerra Mundial, y una Cersei con bigotito se suicidó en su palacio cuando sus enemigos estaban a las puertas de Berlín. La historia no necesita los dos rombos.
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