Cuesta
creerlo, pero antes de “Mujeres y hombres y viceversa”, Toñi Moreno presentó
una birria aún peor en La 1. En lo más duro de la crisis económica, “Entre
todos” ofrecía un desfile diario de
personas desesperadas que contaban sus problemas con pelos y señales para
convencer a los espectadores de que llamaran por teléfono ofreciendo dinero. Han
pasado cinco años, pero “Entre todos” no ha terminado del todo.
Dolores
y Macarena, madre e hija, aprendieron en “Entre todos” lo lucrativo que es
contar penas si la historia es buena. Necesitaban 5.000 euros, pero en sola tarde
en la tele recaudaron 21.000 gracias a que su situación conmovió a la audiencia.
Algunos criticaban que Moreno no entregaba realmente el dinero, sino que solo
daba a sus invitados los teléfonos de quienes llamaban para que se las apañasen
para cobrar. Donde otros veían un problema, Dolores y Macarena vieron una
oportunidad. Siguieron en contacto con sus donantes y fueron adornando la
historia con muertes, infartos, violaciones, embarazos, atropellos,
negligencias médicas, juicios y enfermedades incurables. “Entre todos” estaba
enterrado, pero era un muerto con buena salud y muy productivo: con una
rentabilidad media de cien mil euros al año, las aventajadas discípulas de Moreno consiguieron medio millón de euros en cinco años.
“Entre todos” enseñaba
a sustituir los servicios sociales que debe ofrecer un Estado moderno de forma
controlada y justa por una caridad aleatoria e incontrolada que se mueve por
impulsos. Esto, claro, no lo admitió entonces Moreno, que prefería hablar de “solidaridad”;
ni lo admite ahora, que incluso después de conocer este caso prefiere llamarlo “ayudar”.
No se da cuenta de que la caridad y la ayuda, bien hechas y con una gestión
profesional, se llama impuestos y se paga —esta vez sí— entre todos. Ella
debería saberlo bien: entre todos le pagamos una pasta por presentar “Entre
todos”.
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