Lo ha dicho Ramón García, que es la persona más cualificada para decirlo. “Hay un proyecto para recuperar el ‘Grand Prix’ durante el verano. Pero ninguna cadena se atrevería a emitirlo por miedo a las críticas de los animalistas”. Recuerdan el “Grand Prix”, ¿verdad? Imagínense con veinte años menos. Mozos y mozas de Villaconejos del Secarral y Sant Martí de Pontbou, enfrentándose a base de patatas explosivas, troncos rodantes y peleas de sumo gomaespumoso. Y, como colofón de fiestas, la vaquilla. Sinforosa, la vaquilla más salerosa. Augusta, la vaquilla que asusta. Manuela, la vaquilla que corre que se las pela.
Aceptemos como cierta la tesis de García. No es ésta una página en donde se trate al animalismo con gentileza. Cada vez que viene a cuento, y con frecuencia también cuando no viene, le damos collejas despiadadas. Filosóficamente, está sumido en una empanada conceptual tal que una empanada conceptual mayor no puede ser pensada. Políticamente, representa la izquierda más irracionalista, infantil e individualista, es decir, la peor derecha. Científicamente, ocupa esa estrecha franja que queda entre el terraplanismo y forocoches. Pero si es verdad que gracias a su presión social nos han librado del “Grand Prix” en la televisión del verano, entonces quizá nuestro juicio sobre los adoradores de Disney no debería ser tan negativo, e incluso, sopesando pros y contras, pudiera rozar la salvación.
No creo que las arañas, los atunes o las vaquillas sean agentes políticos dotados de derechos, pero creo que los españoles sí somos ciudadanos dentro de un marco político en donde aparecen los derechos jurídicos, uno de los cuales, sin duda, es el derecho a encender el televisor sin peligro de que aparezca Maruja, la vaquilla que te embruja. Seamos pragmáticos: quizá merezca la pena comer hamburguesas de lentejas si eso nos libra de oír al alcalde de Cernedillas hablar sobre los nabos de la comarca. La vida es negociación. Go vegan, Ramontxu!
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