Ha muerto Alejandro
Milán, y aunque era solo una persona, con él ha muerto toda una multitud. Se
trata de una multitud formada por grandes personajes que durante décadas nos acompañaron
en la tele, y que creíamos inmortal porque eran marionetas. Marionetas encantadoras,
divertidas y sandungueras, pero marionetas. Pues, ya ven, aun así, se han muerto.
Y no es la muerte de Milán —su padre, su creador, su demiurgo, su espíritu
vital, su aliento— lo que los ha matado. Eso solo cerró la tapa del ataúd.
Milán estaba
detrás de esos personajes vivarachos y heterogéneos con cuerpo —a veces solo
medio cuerpo— de fieltro, gomaespuma, cola y papel de periódico que poblaron durante
décadas los programas que TVE hacía para todos. Y cuando digo todos, digo
todos. Los niños podían verlos por las tardes en “La cometa blanca”, en “Un
globo, dos globos, tres globos” o acompañando a Gaby, Fofó y Miliki
en “El gran circo de TVE”. Y los adultos también. Además los niños podían
verlos los sábados por la mañana en “Sabadabadá” o en “La bola de cristal”. Y
los adultos también. Por las noches, eran los adultos los que podían verlos quedándose
hasta tarde (hasta lo que entonces se consideraba tarde) para saber qué premio se
llevaban en el “Un, dos, tres… responda otra vez”. Y los niños también.
Eran años en
los que TVE era generalista de verdad porque no quedaba otra: era la única. Los
niños y los adultos veían la misma tele. Así que no era raro que los adultos
conocieran a Horacio Pinchadiscos, a Paco Micro, a los Electroduendes
o a los tigres y leones que querían ser los campeones con Torrebruno. Y también
los niños veían en el “Un, dos, tres” a Mayra charlar con la Ruperta
de Alejandro Milán. Hoy vemos la tele por separado sin saber unos de otros. Hoy
cada uno elige en qué gueto vivir libremente encerrado. Hoy aquella televisión
y los personajes trasversales que la habitaban están muertos.
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