Al ver “Chimerica”, la interesante miniserie que bucea en las razones y sinrazones de un fotoperiodista para encontrar al hombre que, sin más ayuda que su cuerpo, se plantó delante de una columna de tanques que intentaban aplastar las protestas en la plaza de Tiananmen en la primavera de 1989, surge la gran pregunta: ¿puede un hombre cambiar la historia del mundo? Se diría que no. Pero hay más preguntas. ¿Puede la fotografía de un hombre que intenta detener un tanque cambiar la historia de un país? ¿Y puede un hombre, o una fotografía de ese hombre, cambiar la vida de otro hombre?
“Chimerica” es una reflexión sobre el poder de la imagen y un manantial de preguntas. Las ideas son el silbido de la máquina porque lo que mueve la historia y el mundo es, como dice el filósofo Simon Blackburn, el tiempo y la circunstancia, la tierra, la comida, las armas, el dinero, las fuerzas económicas y sociales. Pero una cosa es la historia, y otra muy diferente los individuos. Si la lectura de la “República” de Platón cambió la vida del Capitán Trueno, una araña radioactiva cambió la vida de Peter Parker y un misterioso encuentro camino de Damasco cambió la vida de Saulo, entonces también es posible que la lectura de “Los cañones de agosto”, de Bárbara Tuchman, influyera para bien en los hermanos Kennedy durante la crisis de los misiles en Cuba, que una nevada cambiara las vidas de los pasajeros del Orient Express después del asesinato de Ratchett porque permitió que Hércules Poirot dispusiera de tiempo para resolver el misterio, y que escuchar a Alberto Sordi cantar en la película “Venecia, la Luna y tú” cambie la idea de Venecia de un turista. Y, por supuesto, la fotografía de un hombre que intenta detener lo inevitable puede cambiar la vida no solo del autor de la fotografía, sino las vidas del conductor de un tanque, de un ciudadano que hasta ese momento creía que no se podía luchar contra los gigantes sin ser un personaje bíblico y hasta de un demócrata desencantado que decidió dejar de votar porque, ya se sabe, los pequeños gestos no pueden cambiar nada.
Una fotografía es solo el silbido de la historia, pero el recuerdo de la fotografía de ese hombre que se enfrentó en Tiananmen a los tanques puede animar a más de un ciudadano a intentar cambiar el mundo. Y, a veces, los pasajeros, y no solo los guardagujas, pueden cambiar el rumbo de los trenes.
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