¿Por qué está
ahí Eduardo Inda? ¿Por qué Inda es tan molesto, tan incómodo, tan
desasosegante? ¿Por qué hay tal unanimidad en que, al margen de lo rastrero que
es como tertuliano, Inda es tan mala persona? ¿A qué se debe que, en un medio
en el que es tan socorrido el papel de villano, Inda haya logrado convencernos de que él no finge ante las cámaras, él no actúa en los platós, él es realmente un
tipo siniestro dispuesto a todo con tal de medrar? ¿A qué se debe que a Inda le
quede peor que a nadie, que ya es decir, esa dentadura marciana bañada en
peróxido de hidrógeno que tanto gusta a los horteras?
¿Cómo logra Inda
transmitir la sensación de que cuanto más escala, más bajo cae; de que cuanto mayor
es su presencia, mayor es la gana que tenemos de perderlo de vista, de que su éxito
es nuestra derrota? ¿Cómo se las apaña Inda para, da igual a qué insultos,
exabruptos o mentiras recurra, siempre sea peor ver su cara, ver cómo se
sienta, ver la actitud arrogante y chulesca que adopta? ¿A qué espera el cine de
terror para crear un repulsivo personaje que en todo parece normal excepto en
que se ríe con la estomagante sonrisa murina de Inda?
¿Por qué da
igual que un programa televisivo sea bueno o malo, trate temas interesantes o aburridos,
en cuanto aparece Inda todo es la misma porquería? ¿Cómo logra Inda enturbiar
lo que toca, tornando en mezquino cualquier debate o discusión en el que
participa? ¿Por qué esta semana tantísimas personas se tomaron la molestia de repetir
una vez más lo evidente para contestar a la última sandez de Inda —esta vez
machista, esta vez contra Marta Flich de “Todo es mentira” (tardes de
Cuatro)— si eso es como pretender razonar con Torrente, como dar de
comer a un gremlin después de medianoche, como alimentar al troll? ¿Podría
algún genio de los efectos especiales reproducir, con maquillaje o infografía, el
brillo de los ojos de Inda cuando nos saca a todos de quicio?
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