En su permanente exploración literaria, Leticia Sabater consigue con “Dieciocho centímetros papi” una cumbre difícilmente superable, que demuestra que hallazgos anteriores como “Mr. Policeman” o “Toma pepinazo” no fueron casualidades. Desarrollando conceptos que ya se apuntaban en “El polvorrón”, Sabater se abre a narrativas más fenoménicas, enraizadas por igual en los novísimos y la poesía de la experiencia. No es de extrañar que todas las cadenas de televisión hayan incluido el videoclip de su nueva canción en sus programas culturales.
Su permanente juego multinivel con los idiomas –“el sixtynine está demodé”-, su relectura de Joyce, que lleva a la canción técnicas basadas en el flujo de la conciencia hasta extremos que ni Woolf o Faulkner hubieran imaginado -“esta noche yo decido hora y lugar pa chingar porque me encanta el mambo que tú me das”-, la innovadora mezcla de lenguajes, capaz de crear versos casi expresionistas, al juntar términos científicos y populares, precisión y deseo a la vez –“dame tus dieciocho centímetros papi, que cuando me la metes me mojas”-, sus metáforas inesperadas –“eres mi microondas, ya estoy caliente”-, esa capacidad para la sugerencia sutil, imperceptible, heredera del último Machado, que reclama del espectador un trabajo activo para descifrar levísimos apuntes –“qué rico despertarme contigo desayunando hamburguesa, jugando a pringarme la cara con tus dieciocho centímetros con mayonesa”-…
No faltarán los intelectuales sectarios que, desde su torre de marfil, despreciarán la obra de Sabater -también en su día despreciaron a Kafka o a Monet-. Esos grupos elitistas terminarán adorándola, como terminaron adorando a Van Gogh o a Fo. La historia demostrará el gran valor cultural de esta artista y la necesidad de incluirla cuanto antes en los currículos educativos, especialmente si queremos conseguir -como en ocasiones parece ser el objetivo de la cultura, la educación y el arte- que la ciudadanía se quede completamente agilipollada.
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