Una sola persona
acabó con un programa de la televisión matinal británica. El espacio triunfaba
desde hace 14 años y era muy rentable para la ITV, pero un solo tipo se las
apañó para que, primero, suspendieran indefinidamente tanto sus grabaciones
como su emisión; y, segundo, lo cancelaran definitivamente. No hizo falta que
recogiera firmas, organizara un boicot de espectadores o le pusiera una demanda
millonaria en un juzgado; solo acudió un día a grabar al plató, y unos días
después lo encontraron muerto tras lo que parece haber sido un suicidio.
Steven Dymond tenía 62 años y problemas
de depresión. Hace dos semanas, para convencer a su pareja de que no le era
infiel, se sometió al detector de mentiras de “The Jeremy Kyle Show”, un programa
de telebasura que igual te fríe un test de paternidad que te cose una prueba de
abuso de drogas con público en el plató y todo el país juzgándote desde casa.
Con la mujer presente, el polígrafo dictaminó que Dymond mentía. La relación se
rompió, él quedó destrozado y ahora está muerto. Nadie verá por la tele su derrota
porque la emisión se anuló, el espacio se canceló, y, por si acaso, también
retiraron todas las entregas anteriores de su catálogo online.
En España esas
cosas no pasan. Aquí, esa telebasura no se hace. La costumbre de hacer
televisión explotando el morbo, el escándalo, el sensacionalismo y la
humillación de personas anónimas que acuden a la tele medio engañadas ha ido
desapareciendo en los últimos años. A Telecinco, a Mediaset en general, no le
gusta recurrir a desconocidos cuando quiere picar carne, que es casi a todas
horas. Ha superado esa bárbara etapa de caza cruel y ha optado por algo más
civilizado: disponer de su propia ganadería, un rebaño de fieles dispuestos a
todo que entran y salen de la sala de despiece según demanda. El ultraprocesado
que sirven a su audiencia es telebasura de primera calidad, con una perfecta
trazabilidad, no como en otros sitios que emiten una telebasura de mierda.
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