Aceptémoslo: la época dorada de “Salvados” había terminado hace ya unos pocos años. “Salvados” ha seguido un ciclo vital propio de un organismo vivo, con una niñez y juventud alborotada e hiperactiva, una madurez que le hizo pasar a la historia de la televisión reciente en nuestro país, y una vejez en donde cada vez se observaban más signos de decadencia y autocomplacencia. Al principio, el protagonista de “Salvados” era el Follonero; después lo fue ETA, el accidente del metro de Valencia o el Astral; y, finalmente, el protagonista de “Salvados” pasó a ser Jordi Évole. Demasiadas entrevistas a grandes figuras internacionales que no tenían más interés que el hecho de que Jordi Évole había conseguido esa entrevista con esa gran figura internacional. Demasiados debates entre políticos enfrentados que no aportaban nada más que no cupiera en el tráiler. Demasiados programas cuyo principal atractivo era que el programa lo había realizado Jordi Évole. Nacimiento, madurez y muerte. Auge y decadencia del imperio evolino. Évole ha muerto, ¡viva Gonzo!
Porque Gonzo encaja tan bien en el proyecto de un nuevo “Salvados” que pareciera que toda su carrera previa había sido planeada para culminar con este programa. Ha demostrado su valía como periodista en muy distintos palos de esta profesión, se ha curtido durante varios años en “El intermedio” en tareas que parecen entrenamientos previos para lo que ahora le espera, y, sobre todo, no da por el momento la menor muestra de estar convirtiéndose en una estrella. Si hace un programa sobre la sanidad pública, el programa tratará sobre la sanidad pública, no sobre Gonzo. Si se dedica un “Salvados” a la inmigración, el programa no podrá resumirse en un avance. El “Salvados” de Évole tuvo grandes virtudes y algunos defectos, y en estos momentos Gonzo parece estar en mejores condiciones de aprender de la experiencia de estos últimos once años que el propio Évole. Comienza la segunda vida de “Salvados”.
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