Decía Galileo que el libro del universo está abierto
ante nosotros, pero está escrito en lengua matemática: “Los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas
sin los cuales es humanamente imposible entender una palabra; sin ellos se deambula
en vano por un laberinto oscuro”. Pero hay quien prefiere la oscuridad, las
imágenes borrosas, los testimonios imprecisos, la literatura fantástica: nunca ningún
descubrimiento, ningún hallazgo, nada concluyente. Y así llegamos a “Cuarto
Milenio”, esa nave del misterio que Íker
Jimenez aparca encima del trabajo que miles de profes realizan cada día en
clase. Eso es “Cuarto Milenio”, un espacio de pamplinas en el que sobran
efectos especiales y faltan matemáticas. O eso era.
Lograda ya la transformación
de las ciencias de la naturaleza en ciencias de los espíritus, ahora además
vaga como un fantasma por las ciencias humanas dando mucha penica. Es como un
electroduende, que nadie le comprende. Si le va bien en su nueva pose de pupas
que aconseja a los demás con el aplomo de quien no teme inmiscuirse en ningún
campo de conocimiento sobre el que no posee cualificación, podrá ampliar su actual
negocio de exposiciones itinerantes repletas de falsificaciones y venta por
correo de atrezo de chichinabo. Qué mieditis.
El pasado
domingo, aconsejó a los jóvenes que tomen sus decisiones sin escuchar ni tener
en cuenta lo que digan sus padres, amigos, profesores o compañeros de trabajo, a
los que despachó sin valorar si lo que decían era o no sensato y razonable
porque, según él, hacen ‘bulliyng’.
Ya ven qué fácil es apuntalar el individualismo estúpido del “A quién le importa
lo que yo hago”, olvidar que si algo sabemos desde tiempos de la Grecia clásica
es que somos animales sociales, constatar que eres un papanatas que prefiere
los anglicismos innecesarios en vez de hablar español —“leches”, que diría Íñigo —, y demostrar que, encima, ni siquiera
sabes de qué hablas. Así es, no te enfades, Íker, la crítica no es ‘bulliyng’, porque ni es acoso ni es escolar;
igual que tampoco lo es un atentado, una paliza o una violación. ¿De verdad cuesta
tanto entenderlo?
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