Han sido necesarias décadas de investigación, miles de millones de dólares, proyectos a escala planetaria, pero finalmente esta semana la humanidad ha conseguido una imagen en la que no se ve un agujero negro. Habíamos logrado fotografiar planetas, supernovas, púlsares, incluso galaxias enteras, pero nunca hasta ahora habíamos conseguido no fotografiar un agujero negro. El agujero negro que no aparece en la imagen es uno de los mayores que ha descubierto la astronomía, situado en el centro de la galaxia M87, con una masa unas mil quinientas veces la de nuestra Vía Láctea, y a cincuenta y cinco millones de años luz de distancia. Tal es la trascendencia de dicha imagen, que ha abierto los informativos de todos los países del mundo y ya se considera que estamos ante la fotografía más teledifundida de la década.
En el pasado tampoco habíamos visto nunca un agujero negro, pero antes el motivo de no verlo era que no lo estábamos mirando. Las imágenes que nos ha servido la NASA esta semana suponen un gran avance porque nos permiten no verlo a pesar de que ahora ya sí lo estamos mirando. No ver las cosas cuando no las miras parece fácil, lo prodigioso es no verlas a pesar de estar mirándolas. Mimemos la distinción entre “ver” y “mirar”, ahora que tristemente ya se han vuelto sinónimos “oír” y “escuchar”. Para mirar y no ver hace falta una masa miles de veces superior a la de nuestro sol, que cause una singularidad en el espacio-tiempo alrededor de un colapso gravitatorio del que no pueda salir la luz. Eso, o un buen dogmatismo político o religioso, que es también una masa tan densa que impide que salga cualquier luz de ella.
Ayer comenzó la campaña electoral y mañana comienza la Semana Santa. Qué dos magníficas ocasiones para mirar y no ver. Que alguien le haga una foto a Santiago Abascal durante una procesión. Podría ser la primera imagen de la historia en la que no se ve a un líder político no asistiendo a un acto religioso. Rodeado de una aureola naranja.
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