Los comentaristas del partido de la NBA entre los Celtics y los Lakers deslizaron una interesante crítica al gran Magic Johnson, actual presidente de operaciones del equipo de Los Ángeles, al sostener que hacer muy bien una cosa (jugar al baloncesto) no garantiza hacer muy bien otras cosas (conseguir que un equipo de baloncesto recupere su grandeza). Lo que vale para Magic Johnson sirve también para Steve Jobs, para David Hasselhoff, para su vecino del quinto y para los concursantes de “Fama, a bailar” (Movistar +).
¿Saben que existe un canal dedicado en exclusiva a este concurso en el que ocho parejas de bailarines conviven en una escuela y bla, bla, bla? ¿Ustedes saben que pueden pasar la tarde viendo merendar a los bailarines y, además, escuchar sus opiniones acerca del machismo, del feminismo y del valor del piropo? ¿Y saben que, a la misma hora, es probable que MTV programe un capítulo de “Vergüenza ajena”, en un ejemplo perfecto de justicia poética? Sin duda, los concursantes de “Fama, a bailar” son, o serán, grandes bailarines. Pero no saben discutir, ni explicar sus puntos de vista, ni decir dos frases seguidas sin que aparezca la horrible coletilla “¿sabes lo que te quiero decir?”. Ojalá los bailarines pudieran escuchar nuestra respuesta a esa pregunta. No, no sabemos lo que queréis decir. Y no lo sabemos porque, como Magic Johnson, hacéis muy bien una cosa (buscar la fama bailando) y muy mal otra (debatir sobre el feminismo). A muchos les rechina la idea de programas como “Fama, a bailar”, “Operación triunfo”, “Maestros de la costura” o los “así se hizo” de una película porque, como decía el poeta romano Ovidio, un amante tiene que pensar que cuando su amada se está arreglando en realidad está durmiendo. “¿Por qué tengo yo que saber la causa de la blancura de tu cara?”, escribió Ovidio. Muchas cosas que son feas mientras se hacen (lavarse los dientes, por ejemplo), cuando ya están hechas agradan. No tenemos por qué ver cómo unos jóvenes aprenden a bailar, a cantar o diseñar, y puede que meter los dedos en el rodaje de una película termine por destrozar la magia del cine. Pero, más allá de los consejos de Ovidio, lo importante es que los concursantes de “Fama, a bailar” se limiten a bailar o, si eso no es posible, que dediquen la hora de la merienda a ir a clase de “Cómo hacer que los demás sepan lo que quieres decir sin tener que preguntar constantemente si saben lo que quieres decir”. Hala, a bailar.
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