Cuéntanos, Andreu Buenafuente, ¿cómo es ser una estrella de la televisión y no vivir pendiente de la audiencia diaria? ¿Eres consciente de que, entre todos los presentadores de programas de entretenimiento, eres el único que desayuna tranquilamente, leyendo la prensa, los trending topics o los envases de los zumos, sin esperar agonizando a que lleguen las nueve y se publiquen las audiencias del día anterior? ¿Qué se siente al empezar una temporada de “Late motiv” sabiendo que la terminarás? ¿No has notado que tus compañeros de profesión te miran raro, en especial ésos que tienen las ojeras tan marcadas y fuman nerviosamente sin parar?
La semana pasada celebraste el programa 500 de tu late night en #0, pero el programa no se pareció a ningún otro programa número 500 que hemos visto en la televisión reciente. No sé si me sabré explicar. Cuando en la televisión generalista se alcanza un número alto y redondo de emisiones se celebra una fiesta en la que todos los responsables… no sé… se abrazan como se abrazan los pasajeros de un barco naufragado que milagrosamente han conseguido llegar a la orilla, ríen eufóricos como un condenado en un paredón cuando al fusilero se le encasquilla el arma 500 veces seguidas. Hay siempre un componente de estupor, de pasmo ante una permanencia que ni uno se la esperaba, ni uno se la explica, ni uno cree que pueda durar.
Pero en tu caso fue la fiesta tranquila de un creador televisivo al que le han dado libertad para hacer lo que le dé la gana sin tener la cabeza en la guillotina permanentemente. Para mejor o para peor. Y es más bien para mejor, ya que durante estos últimos años hemos visto en “Late motiv” algunos de los momentos televisivos más brillantes e inteligentes de toda la parrilla -el último, o el penúltimo, el increíble homenaje a Javier Krahe que hicieron Ismael Serrano, Litus y un Raúl Cimas que ya se mueve en las categorías estratosféricas del humor-. Cuéntanos, Andreu Buenafuente, ¿qué se siente al vivir de una profesión en la que todo el mundo se limita a sobrevivir?
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