Luego seguro que tomas un café con ellos y son gente normal, un poco gilipollas, un poco apijotados, no más que nosotros. Pero es ponerles una cámara delante y se convierten en dos auténticos impresentables. El problema está en esa cámara. El problema está en la televisión. No eran así hace unos años, cuando el éxito instantáneo no era lo único que importaba. Como animales evolucionando bajo un darwinismo raro, se han sometido a la ley de la supervivencia del más cínico, del más arrogante, y el resultado es esa caricatura vacía que son ambos ahora. Parecen hechos de polvo. El viento se los podría llevar en cualquier momento. Y se los llevará. Largo o corto, lo único que les queda por delante es el final de sus carreras.
Al parecer, discutieron el otro día en el programa de uno de ellos. Uno expulsó al otro. O uno se fue antes de ser expulsado. Uno había dicho unas majaderías eugenésicas dignas de una antología del deterioro mental. El otro había preparado con premeditado detalle el escenario, el cebo y la apoteosis. Como todo en televisión, también este incidente fue un ejercicio de falsa conciencia de tercer o cuarto grado, de una indecencia à deux. ¿Cómo se entiende que algo que merece la expulsión del que lo dice no se merezca también ser cortado del montaje final del espacio? Es obvio que uno de ellos, mediante su enfado, se alegra de lo que ha ocurrido y lo explota a su favor. Es obvio que el otro, con su aplastante seguridad, sabe que está arruinado intelectualmente y que sólo puede seguir subiendo la apuesta con la esperanza de que le echen del casino. La televisión, con sus espejos, permite que no sea necesario guionizar los acuerdos que parecen ser enfrentamientos.
Mañana Joaquín contará un nuevo chiste, o Malú dedicará “Aprendiz” a Albert Rivera en un concierto, y ya nadie se acordará del Chester de esta semana. Los dos tendrán que empezar a buscar su nueva jugada. Dará igual que tengan cuidado: una vez que superas el punto de no retorno en televisión, la única regla que queda es seguir aumentando en cada movimiento el nivel de miseria.
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