De verdad, tenéis que sacar a Jaime Altozano de “La mejor canción jamás cantada”. Es demasiado bueno. Se come el programa entero. Dadle dos emisiones más y las irregulares versiones de los triunfitos, las menudencias de Noemí Galera y las intros de las canciones serán meros aperitivitos de las intervenciones de Altozano. “La mejor canción jamás cantada” es un show amable, correcto, una “Operación Nostalgia” con la que la televisión pública no hace el ridículo en un momento tan comprometido como la noche de los viernes. Se agradece que no nos cuenten cómo han pasado la semana los cantantes. Pero Altozano lo convierte en otra cosa: de pronto estamos ante un programa inteligente, afilado, estimulante, uno tiene la sensación de que ha pulsado sin querer el mando a distancia y ha cambiado de cadena. Y eso, que es maravilloso, viene acompañado de su opuesto; cada vez que terminan sus intervenciones el programa se hunde como estas atracciones de los parques en donde la gente se desploma cien metros en caída libre.
Es un acierto que TVE haya rescatado de un canal de Youtube a Jaime y le haya ofrecido un hueco en su programación -también, por cierto, hemos sabido estos días que el nuevo “Órbita Laika” estará presentado por Eduardo Sáenz de Cabezón, cuyo canal youtubiano “Derivando”, dedicado a las matemáticas, es igualmente gloria bendita-. Todos los que amamos las canciones por encima de casi todas las cosas llevamos meses adictos a los análisis que Altozano hace de sus aspectos musicales. Pero, seamos sinceros, le han colocado dentro de un proyecto que le viene pequeño, o, al revés, a “La mejor canción jamás cantada” Jaime Altozano le viene grande. La forma en como trituró al jurado el pasado viernes pasará a la historia de la televisión dentro de la categoría “momentos en donde un colaborador demuestra que sabe más que sus jefes y les deja en ridículo delante de toda España”. Valorad cómo vais a manejar este problema. Una solución es sacar a Altozano del programa. La otra es sacar a todos menos a Altozano.
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