¿Le gusta el
género de terror? ¿Le atrapan las historias espeluznantes, las que hacen que un
escalofrío recorra su espalda, las que paralizan porque hielan la sangre? Vea
“Examen de conciencia”. ¿Prefiere las series sobrias, sin efectos especiales,
sin trucos digitales, las que cuentan las cosas tal y como suceden sin añadidos
fantasiosos? Vea “Examen de conciencia”. ¿Es más de reportajes, de periodismo
de investigación, de levantar alfombras, de desmaquillar la realidad para
conocer su verdadero rostro? Vea “Examen de conciencia”. Pero véala bajo su
responsabilidad.
Yo no he
podido. Fue tal la cantidad de barbaridades que desfiló por el primer episodio,
que tuve que parar antes de final. Y aun me quedan otros dos. Esperaré unos
días. Revuelve el estómago lo que allí se ve, repugna a la razón lo que allí se
cuenta, el corazón no le permite a uno seguir sentado viendo tranquilamente la
tele mientras delante se amontona un caso tras otro de pederastia. Porque produce
horror notar cómo la acumulación de casos, todos diferentes, todos tan
similares, producen sensación de repetición, de rutina, de habituación, de
normalidad. Y esta gris cotidianeidad del horror resulta más sobrecogedora que
el más truculento de los detalles.
Muchos no verán
“Examen de conciencia” por otro motivo: se emite en Netflix. Por eso ruego a Trece,
la cadena de la Conferencia Episcopal —tan centrada en su labor pastoral, tan
preocupada por las víctimas, tan alejada de los verdugos—, que compre y emita
en abierto esta investigación sobre las violaciones sistemáticas y continuadas
a niños (¿hace falta añadir “indefensos”?) en el seno de la Iglesia Católica,
sobre la connivencia y el encubrimiento, sobre el miedo y la impunidad. Una
serie sobre el poder absoluto y la sumisión absoluta que surgen cuando el
silencio y la obediencia son virtudes, y cuando quienes dicen tener en sus
manos las llaves que atan y desatan en el Cielo lo que aten y desaten en la
Tierra las usan para administrarse a sí mismos la absolución. Ojalá demostraran
su “tolerancia cero” con la
pederastia poniendo este cascabel al violador.
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