Pues resulta que Marshall McLuhan se equivocaba. La aldea global no tiene que ver con la hiperconectividad, el efecto mariposa o la ecología política, sino con el tocino, los puticlubs y los vasos de duralex ámbar. Lo que une a una policía local de Dakota del Norte con una guardia civil de Zamora no es el cambio climático o la posmodernidad, sino la cocaína y las imágenes religiosas. Antena 3 estrenó el pasado miércoles “Matadero”, una de sus apuestas de ficción más interesantes de esta temporada y nos dejó boquiabiertos a todos con su carajillo de thriller mestizo, música de Julio Iglesias y comedia negra. Pero lo más interesante es que esa sensación de drama rural de aquí, de matanza del cochino, de Simca 1000, podría convertirse sin ningún problema en la cuarta temporada de “Fargo”, la brutal y buenísima serie norteamericana de FX que narra historias también carajilleras y sangrientas en el norte de Estados Unidos.
“Matadero” no oculta su voluntad de convertirse en la franquicia ibérica de “Fargo”, desde los carteles iniciales hasta el personaje de la joven guardia civil, pasando por esos planos cenitales de coches solitarios a través de carreteras secundarias que captan con su alma geométrica el peso de la monotonía. Pero la calidad de “Matadero” consigue alejar toda sombra de secuela o de plagio. El primer capítulo fue la prueba de la universalidad de la condición humana cuando se enfrenta a situaciones semejantes, se encuentren en el punto del planeta en el que se encuentren, sean del sexo que sean o hablen el idioma que hablen. No es que “Matadero” copie a “Fargo” -bueno, vale, sí, pero eso ahora es secundario-, es que el retrato de un veterinario de Torrecillas (Zamora) ha de parecerse al retrato de un carnicero de Luverne (Minnesota).
Quizá la aldea global ya existía antes de los smartphones y Netflix. A lo mejor la formó la estabulación del ganado y la desmotadora de Whitney. Y el revólver de Samuel Colt, claro, que va a tener que aprender a usar Pepe Viyuela en la Castilla y León universal. Toma nota, McLuhan.
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