26/1/19

EL HUEVO Y EL FUERO


Tirar un huevo a un reportero en una manifestación está feo. Dan igual las excusas, señores taxistas. Ni tratando de defender el pan de sus familias, sus padres ancianos y sus niños pequeños: agredir a un periodista que está haciendo su trabajo está mal. Ni pretendiendo salvaguardar la verdad, combatir la manipulación o mejorar la ética periodística: intimidar a alguien para influir en lo que dice o, peor, para que se calle, es a todas luces reprobable. ¿Y si el huevazo forma parte de un sofisticado plan del Ministerio de Sanidad en el que se busca crear una imagen de los taxistas tan mala que la peña acabe prefiriendo pegarse una caminata tras otra antes de coger un taxi, alcanzándose así el noble fin de mejorar la salud cardiovascular de la población? Que no, señores, que está mal; que ni siendo para bien, está bien.

Raúl García, reportero de “Espejo directo”, ya tuvo que aguantar los insultos y la intimidación en las manifestaciones de taxistas de hace un par de años. Como su camarógrafo, a quien le lanzaron una lata. Ya en las movilizaciones de estos días, el miércoles fue asaltado por taxistas con pasamontañas y tuvo que abandonar la manifestación escoltado por la policía. Y el jueves volvió a aguantar insultos, empujones y gritos. Un huevazo le tiró el micrófono al suelo. También a su camarógrafo le tiraron la cámara.

Las manifestaciones son hermosas muestras de libertad de expresión en las que se busca la difusión de un mensaje y el apoyo de la población. El primer éxito de una manifestación es la presencia de periodistas. Cuanto más hablen y más graben, mejor. Y cuantos más vayan y más haya, mejor que mejor. Que no se les deje hacer su trabajo, que se intente influir en lo que deben decir, que se les intimide, insulte y expulse es la mejor forma en que una manifestación consigue lo contrario a lo que pretende. Mira que es difícil entender la libertad de expresión.

¿El problema de esta agresión está en el huevo o en el fuero? Tan mal estuvo el hecho como lo que representa. Es un caso de equidistancia perfecta en el que tan reprobable es el huevo como el fuero.

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