La anécdota es tan maravillosa que merece ser cierta. En una recepción en la Casa Blanca, siendo presidente Ronald Reagan, se presentó el trompetista y compositor Miles Davis vestido a la manera de Miles Davis, es decir, de forma muy poco discreta. Una señora de la alta sociedad de Washington se acercó a Davis y, con esa ignorante rudeza que tan bien cultivan los que se creen dueños del mundo, preguntó al creador de “Kind of Blue” qué meritos tenía para estar en esa recepción, Miles, sin perder la calma, respondió: “Bueno, he cambiado el rumbo de la música popular cinco o seis veces. Ahora, dígame: ¿qué ha hecho usted de importancia, aparte de ser blanca?”. Se cumplen 25 años del estreno de “La lista de Schindler”, la descomunal película de Steven Spielberg sobre el Holocausto en particular y los aspectos más oscuros de la naturaleza humana en general. No faltan las señoras y los señores de la alta sociedad cinéfila que insisten en preguntar a Spielberg qué méritos tiene para codearse con los grandes del cine. La respuesta de Spielberg podía ser muy parecida a la de Miles Davis: “Bueno, he cambiado el rumbo del cine popular cinco o seis veces (“Tiburón”, “Encuentros en la tercera fase”, “En busca del Arca perdida”, “Parque Jurásico”, “Salvar al soldado Ryan”…), pero basta con decir que soy el director de “La lista de Schindler”. Fin de la conversación.
Hace unas semanas, con motivo de la emisión de la película “Gilda” en La 2, reflexionaba con Rosana Álvarez y Alejandra García, profesoras de instituto, sobre la posibilidad de que en un futuro cercano los grandes clásicos del cine no tengan público porque los jóvenes ya no ven “Gilda” o “Casablanca”, sino (como mucho) la secuencia en la que Gilda se quita el guante mientras canta “Put the Blame On Mame” o el inicio de la hermosa amistad entre Rick y el capitán Renault en la niebla del aeropuerto de Casablanca. Yo no soy tan pesimista como Rosana y Alejandra porque creo que los clásicos (desde Homero a Julio Verne y, por supuesto, “Gilda” y “La lista de Schindler”) siempre tendrán algo que decir y siempre engancharán a todos los públicos. Y no sólo estoy convencido de que “La lista de Schindler” es el mejor argumento contra los que niegan el pan y la sal a Spielberg, sino que sostengo que el estudio de “La lista de Schindler” debe ser tan obligatorio en los institutos como la tabla de multiplicar o el pretérito perfecto. Del guante de Gilda hablaremos otro día.
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