El poeta Juvenal decía que Roma se apoyaba en buena medida en frágiles pilares. Juvenal no se refería a la fragilidad de los pilares morales, políticos, o sociales de la Roma imperial, sino a las casas en las que vivían la mayoría de los romanos: bloques de apartamentos atestados, mal construidos y peor mantenidos que se derrumbaban o ardían con más frecuencia de la que nos hacen suponer las impresionantes ruinas del Foro. La democracia, como las viviendas populares de la antigua Roma, se apoya también en frágiles pilares que pueden derrumbarse o quemarse con más frecuencia de la que nos hacen suponer la solemnidad del Congreso, la separación de poderes y la liturgia electoral. Nada es para siempre. Ni siquiera la libertad de expresión, la ampliación de derechos o la sonrisa de Ana Blanco en el Telediario. El trípode sagrado de Delfos terminó decorando el hipódromo de Constantinopla. ¿Quién nos dice que la democracia no pueda terminar como un decorado de la historia?
La irrupción en la vida pública (es imposible tomar un café en el bar sin que alguien hable de la “invasión” que sufre España) de un partido de extrema necedad (no necesidad) no es un peligro tanto para la democracia como para los demócratas. La fragilidad del gobierno del pueblo no está en los partidos a los que votan los ciudadanos, sino en la respuesta de los ciudadanos a esos votos. Por eso los estupefactos telediarios de las cadenas televisivas, las desbordadas tertulias políticas y las sonámbulas entrevistas a Abascal deberían ser muy críticas no con el regreso de la ultraderecha, sino con la falta de mantenimiento de los frágiles pilares de la democracia. Los ciudadanos tendríamos que comportarnos como el filósofo Karl Popper quería que se comportaran los científicos: se trata de averiguar qué funciona mal en nuestras creencias acerca del mundo, y para eso hay que intentar refutar todas nuestras hipótesis en un ejercicio de masoquismo intelectual o, si se prefiere, racionalismo crítico. Debemos encontrar los defectos de nuestro trípode sagrado de Delfos (en las escuelas es imprescindible una educación para la ciudadanía) para evitar que termine sus días en un hipódromo de Constantinopla. Cuanto más nos empeñemos en criticar los pilares sobre los que hemos construido nuestras vidas, más fuertes serán esos pilares. Falsacionismo en la televisión, en el Congreso y en la escuela. Y en los bares.
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