Las más avanzadas teorías de neurología evolutiva consideran que el cerebro apareció en el mundo animal para que los organismos pudieran controlar de una forma fina y precisa sus movimientos. A mayor movilidad, más tejido nervioso. Hay varios argumentos a favor de esta tesis, pero, a efectos de esta columna, sólo me referiré al más sorprendente de todos, que tiene que ver con las ascidias clavelinas, unas larvas marinas que durante las etapas iniciales de su desarrollo, mientras se están moviendo en el mar, poseen destacadas estructuras cerebrales. En su etapa de madurez quedan fijas a una roca, de donde nunca se moverán en el resto de su vida. Y es justo en ese momento cuando la ascidia clavelina comienza a digerir su propio cerebro, inútil ya dada la inmovilidad permanente en la que ha entrado.
Así que el cerebro se vuelve innecesario en el momento en el que uno deja de moverse. ¡Claro, ahora entiendo lo que pasa con las tertulias políticas en televisión! No es que Paco Marhuenda sufra ningún retraso madurativo, es que desde hace años se sienta sistemáticamente en la misma roca del plató de “La sexta noche”. ¿No está sentado Jesús Cintora siempre en el mismo lugar? Recordemos que el cerebro sólo es necesario si el individuo se va a mover. Los culpables no son ellos, argumentan como argumentan debido a que los sitios donde los sientan provocan que, como las ascidias clavelinas, hayan comenzado lentamente a nutrirse de su cerebro.
Cambiémosles de sitio. Que Ferreras sortee a diario los lugares en donde se van a sentar los contertulios de “Al rojo vivo”. Que Iñaki López se ponga el mundo por montera y siente a Eduardo Inda en la parte izquierda de la pantalla. Que Sardá lo haga en la parte derecha. Quizá el problema sea su inmovilidad, y basta con mantener a los tertulianos en movimiento para que reaparezcan las estructuras encefálicas. Quizá si Elisa Beni comienza a sentarse cada día en una silla diferente consigamos de deje de comerse su propio cerebro.
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