Es difícil definir el humor y encontrar un nexo entre todas las cosas que nos hacen reír, desde un resbalón con una piel de plátano hasta un gag de Monty Python. Yo afirmo haber encontrado la definición perfecta de la comicidad, que no es otra cosa que el conjunto de situaciones en donde se viola de forma figurada alguna de las reglas absolutamente básicas de la convivencia humana. Se viola la lógica más elemental en los gags de Monty Python. Se viola el carácter comunicativo del lenguaje en todos los chistes que se apoyan en juegos de palabras y dobles significados. Se violan los tabúes básicos de todas las sociedades con los chistes verdes o negros. Se violan las leyes de la probabilidad en todas las comedias de enredo. Se viola el orden social en la sátira política. Se viola el cuidado de nuestra presencia ante los demás al resbalar con una piel de plátano o recibir un tartazo en plena cara.
Y en el roast se viola de forma figurada la prohibición de la agresividad. El formato nació hace una década en EE.UU. y Comedy Central estrenó esta semana “Roast battle”: un combate de boxeo entre cómicos, -bueno, cómicos y Pablo Echenique-, en donde cada uno se mete contra el otro de la forma más burra y descalificadora que sea capaz de escupir. Los únicos golpes admitidos son los golpes bajos. Así, un día cualquiera en mitad de la calle Marta Flich no puede dirigirse a Pablo Echenique diciéndole que es igual que la madre del rey emérito, pero sí le está permitido hacerlo en el programa de Comedy Central. Y si se encuentran en la barra de un bar, David Fernández no le puede decir a David Amor que su techo como actor consistiría en hacer de payaso en un programa de Clan TV, pero sí se lo puede decir en el “Roast battle”.
Y el formato funciona porque es humor en sentido estricto: violación figurada de convenciones e ingenio. Se cambian las normas básicas del juego y, nadie entiende por qué, nos reímos. Aunque el cambio sea el permiso para destrozarnos a cuchilladas.
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