16/9/18

LA VICTORIA DEL YO

Ya está. Se acabó. El cine, tal y como lo conocemos, desapareció para siempre el pasado fin de semana cuando Alfonso Cuarón ganó el León de Oro del Festival de Venecia por su película “Roma”. He escrito “por su película”, y no “por su cinta”, como es habitual escribir en las crónicas periodísticas. “Roma” no es una cinta, no está formada por rollos que se colocarán en un proyector. “Roma” es un largometraje producido por la plataforma de televisión de pago Netflix y pensado para ser visto en las salas de estar del planeta Tierra. Y esta -al parecer- obra maestra que no se exhibirá en las salas de cine ha ganado el premio máximo del festival de cine más importante del mundo. Fin del siglo XX.

Al final ganó la televisión. La pequeña pantalla venció a la grande. No porque su formato sea más virtuoso o sus contenidos más interesantes. La victoria de la televisión es la victoria del egocentrismo, la única fuerza invencible hoy en día. Es la victoria del ciudadano viendo a solas un capítulo de una serie mientras su hijo ve a solas una película y su pareja ve a solas un documental. Es la derrota de los actos en común, de las negociaciones. Podemos tenerlo todo pagando el pequeño precio de no tener nada. No se niega la calidad de los contenidos de Netflix. Se niega que esa calidad sea la explicación de su victoria sobre las salas de cine.

Con los mejores actores, directores y guionistas del mundo, esta plataforma ya produce en la actualidad el doble de largometrajes para televisión de los que produce Hollywood para las grandes salas. Nos costará explicar a nuestros hijos que hubo un tiempo en el que la gente salía de sus casas y se reunía por centenares para ver juntos una película en una pantalla de ochenta metros cuadrados. Ese pasado extravagante terminó el 8 de septiembre de 2018 con el premio al largometraje de Cuarón. Se acabó esperar meses a que las grandes películas “lleguen” a la televisión: a partir de 2020 será ahí donde se estrenen las que vayan a ganar los Oscars de 2021.

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