Qué paradoja. “Mi madre cocina mejor que la tuya” ha fracasado por un error de mal cocinero. Un error que nunca hubieran cometido los responsables si conocieran uno de los principios básicos de la gastronomía: sirvieron a la audiencia el plato de sabor más fuerte, el más salado, el que altera más intensamente las papilas gustativas, al comienzo del banquete, y, claro, después los espectadores ya no quisieron seguir comiendo los platos suavecitos que vinieron a continuación. Mediaset acaba de anunciar la retirada del fugaz concurso gastronómico de verano presentado por Santi Millán tras sus malos datos de share, pero la culpa no la tiene el presentador ni el formato, sino el orden en el que se ofrecieron los programas.
Su primera entrega, con la que se estrenó el concurso, tuvo como participantes a personajes famosos, que competían junto con sus madres por mostrar sus habilidades culinarias. La audiencia de ese espacio no fue espectacular, pero sí aceptable. Pero a partir de ahí, las semanas siguientes ya se basaron sobre concursantes anónimos, sin el tirón de popularidad de los primeros. ¿Quién quiere ver competir a José Pérez contra María García después de haber visto competir a Andy & Lucas contra Rosa López? ¿Quién se va a comer un suavecito queso de Burgos después de haberse comido un buen pedazo de queso de Cabrales?
En televisión, como en la vida, todo funciona por contextos y contrastes. Si el primer “Gran Hermano” ya hubiera sido un GH VIP, un “Gran Hermano” posterior de gente anónima no hubiera tenido el menor éxito. Incluso dentro del mundo de la gastronomía, a Jordi, Samantha y Pepe jamás se les hubiera ocurrido servir a la audiencia un “MasterChef Celebrities” antes de que hubiera probado el “MasterChef” básico y normal. “Mi madre cocina mejor que la tuya” se hundió en audiencia a partir del segundo programa y finalmente ha sido retirado de la mesa. Lo hubiera previsto cualquiera de las madres que participaron en el concurso.
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