Nos alegra tanto la desaparición
de Aída Nízar que nos alarma ser tan
malas personas. Sin Aída La Engreída intoxicando la tele desde Mediaset —capital
Telecinco—, la vida mejora tanto que resulta preocupante. ¿De verdad somos tan
egoístas que solo nos interesa nuestro beneficio sin importar cómo afecta a los
demás? ¿Tan malvados que somos capaces de alegrarnos del mal ajeno? ¿Tan, en
fin, como Aída Nízar? Mejor buscar alguna razón con la que justificarnos para escudar
nuestra mala conciencia.
1. Nos alegramos de la
desaparición de La Engreída porque emigrar es maravilloso. Su trabajo de
experta en los residuos que acumula su propio ombligo atravesaba un bache, así
que está bien que busque curro en Italia sin quedarse a engrosar el paro y los
costes sociales. ¿Valdrá así? Creo que no. Suena a excusa. Hay que disimular
mejor.
2. Nos alegramos de la
desaparición de La Engreída porque su marcha al “Grande Fratello” italiano no
es un ejemplo más del doloroso exilio de jóvenes talentos que tras años
preparándose para tener un buen currículum han tenido que irse en busca de un
trabajo cualificado en el que las condiciones laborales y económicas sean
acordes a su valía. Es cierto: ni es joven, ni tiene talento, ni está
preparada, ni tiene un buen currículum, ni encontró un trabajo cualificado, ni
sus condiciones laborales y económicas son acordes a su valía; pero sigue
sonando a excusa.
3. Nos alegramos de la
desaparición de La Engreída porque su marcha a la telebasura italiana tiene
algo de justicia poética. El modelo de televisión hortera, cotilla y chillón
llegó a España trasplantado del creado por Silvio
Berlusconi para construir su imperio mediático. Un modelo televisivo que
dice buscar solo el entretenimiento, pero cuya profunda carga política se
evidenció cuando sirvió de trampolín para el lanzamiento de Berlusconi a
primera línea de la política italiana y europea. Que se fastidien ahora en
Italia y aguanten sus broncas en la casa, sus maleducadas autopromociones
bañándose en la Fontana di Trevi, sus ridículas disculpas a la poli (“Pero, ¿no sabéis quién soy? ¡Yo trabajo en
la televisión!”), y sus estúpidos accidentes de moto mientras se graba
conduciendo sin casco. Que se la queden para siempre.
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