Todos corremos el riesgo de
atragantarnos y requerir la maniobra de Heimlich,
pero de lo que se trata ahora es de saber aplicarla. Todos somos candidatos a recibir
una transfusión o un trasplante, pero de lo que se trata es de ser donante. Todos
podemos necesitar una reanimación cardiorrespiratoria, pero de lo que se trata
es de saber realizarla. La tele no puede ir por otro lado.
El pasado domingo, un reportero y
un cámara de “Antena 3 Noticias” informan de las fuertes lluvias habidas en
Valencia. Ante ellos, tres personas mayores están atrapadas en un coche
arrastrado por una fuerte riada. Mientras la Policía Local, la Guardia Civil y Bomberos
intentan el rescate, los periodistas se meten al agua, y se ve cómo el
reportero sostiene con una mano el micrófono al que habla mientras con la otra intenta
ayudar tirando de la cuerda que sujeta al equipo que trae al primer rescatado.
Pero, de pronto, el reportaje da un salto: la operación ha concluido y los tres
atrapados ya están sanos y salvos. ¡Nos hemos perdido lo mejor! Parece que los
dos periodistas han optado por colaborar hasta el punto de abandonar su
obligación profesional y dejar a los telespectadores sin ver cómo se desarrolla
un rescate de lo más emocionante. Las declaraciones finales, aún muy tensas por
el terrible momento vivido, y los abrazos de agradecimiento y compañerismo
entre los involucrados no hacen más que subrayar la falta de profesionalidad de
los periodistas que nos han hurtado el gran momento televisivo que es un
rescate en directo.
¿Fue decisiva la intervención del
reportero y el cámar para que el rescate tuviera un final feliz? Seguramente
no. Sin embargo, optaron por empaparse y realizar un reportaje incompleto y
falto de ritmo, pero precioso. Con él nunca ganarán un Pulitzer, pero sí
nuestro reconocimiento: la televisión, hasta el momento, no ha hecho más que mostrar
de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de transformarlo.
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