No hace falta saber cómo será la
nueva RTVE para estar de acuerdo con el fin de la actual. No es necesario
anunciar quién formará el próximo Consejo de Administración de la Corporación
para estar conforme con su renovación. No hay que conocer al siguiente
presidente para alegrarse de que José Antonio Sánchez se marche.
El encerado tiene que estar
borrado para poder escribir, el vaso tiene que estar vacío para poder llenarlo,
la ventana tiene que estar abierta para que entre el aire. Es cierto que un
encerado borrado no es garantía de que en él se vaya a escribir algo
interesante, un vaso vacío tal vez no se llene con el licor que deseamos, y puede
que una ventana abierta no traiga una brisa de aire fresco y puro. Pero borrar,
vaciar y abrir es algo necesario cuando estamos ante un encerado repleto de
garabatos, un vaso con un brebaje intragable y una habitación irrespirable.
Hay quienes auguran mil
desgracias con los cambios a los que está sometiéndose RTVE. Pero tienen
difícil que los espectadores sintamos miedo. Vaticinar que quieren convertir
TVE en algo similar a la TV3 catalana, la televisión oficial venezolana, norcoreana
o saudí no asusta a quienes vimos la tele estos años. Sabemos que el mayor
peligro de TVE es que sigua siendo como era, idéntica a sí misma, igual en su
servilismo al poder, en su falta de respeto a los espectadores, y en su desmantelamiento
y decadencia.
Cuando Sócrates proclamó que solo
sabía que no sabía nada no lo hizo para elogiar la ignorancia. Al contrario, reconocer
que uno no sabe nada supone desembarazarse de falsos conocimientos, prejuicios,
consignas, confusiones y trampas. Es el primer paso necesario para iniciar el
camino de la sabiduría. No se trata de hacer un elogio de la destrucción de
RTVE ni de dar un voto en blanco a un proyecto que aún no se ha concretado y
habrá que vigilar. Solo se trata de borrar, vaciar y abrir una televisión
pública que no sabe nada.
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