La idea de enfrentar, en una cuidada dramatización, a los científicos Robert Oppenheimer y Werner Heisenberg en el documental “Genios. La bomba atómica” (Odisea) puede ser tan peligrosa (por reduccionista) como enfrentar a Messi y Ronaldo en un documental que se podría titular “Genios. El mejor futbolista del mundo”, pero también es una buena oportunidad para reflexionar acerca del papel de la ciencia en la historia, la influencia de los grandes hombres y de los pequeños detalles en los acontecimientos y, en fin, sobre la delgada línea que separa el ser del deber ser. El genio de Oppenheimer, por sí solo, no produjo la bomba atómica; pero si Hitler hubiera ofrecido los medios suficientes a Heisenberg en sus investigaciones, puede que la primera bomba atómica hubiera caído sobre Moscú, no sobre Hiroshima. “Genios. La bomba atómica” plantea casi sin querer interesantes cuestiones éticas, pero al final el espectador termina con mal sabor de boca porque un cartelito nos advierte, demasiado tarde, de que algunos sucesos han sido alterados con fines narrativos. ¿Qué sucesos?
¿Oppenheimer no intentó que Heisenberg desertara para trabajar juntos en los Estados Unidos? ¿Un espía norteamericano no estuvo a punto de asesinar a Heisenberg a la salida de una conferencia? ¿No sonrió Oppenheimer cuando la prueba de la bomba atómica fue un éxito? ¿Tras el fin de la guerra, Heisenberg dijo que hizo todo lo posible para que Hitler no dispusiera de la bomba atómica, o esa patética excusa es uno de los “sucesos alterados” en el documental? ¿Se sorprendió Heisenberg cuando se enteró de que los estadounidenses habían arrojado una bomba atómica sobre Hiroshima, o se trata de una sorpresa con fines narrativos? Si un documental puede “alterar algunos sucesos” con fines narrativos, entonces todo está permitido y el espectador no tiene más remedio que investigar por su cuenta para saber qué cosas son ciertas y qué partes son invenciones de los guionistas. Al menos, el documental sobre Oppenheimer y Heisenberg es honesto cuando reconoce que alteró algunos sucesos. ¿Acaso los telediarios no alteran también algunos sucesos con “fines narrativos”? ¿No lo hacen también ciertos jueces? ¿No lo hacen los comentaristas deportivos cuando hablan de Messi o de Ronaldo? ¿No lo hacen los tertulianos políticos o del corazón? ¿No lo hace Íker Jiménez?
Sólo queda una solución. Estudiar.
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