25/4/18

MEÑIQUE DE GUARDIA


Diderot, que conocía bastante bien la naturaleza humana, estaba convencido de que un europeo compasivo se alteraría si recibiera la noticia de un horrible terremoto en China, se pondría triste, reflexionaría acerca de la precariedad de la naturaleza humana e incluso tendría en cuenta los efectos que produciría ese desastre sobre el comercio. Después, el europeo compasivo olvidaría el terremoto y se dedicaría a sus asuntos como si nada hubiera ocurrido. Si nos duele el dedo meñique, esa noche no dormiríamos; pero todos roncaríamos pacíficamente sobre los restos de millones de chinos a los que no hemos visto en nuestra vida. Y, sin embargo, algo tiene la muerte de los personajes del mundo espectáculo que está más cerca de nuestro dedo meñique que de los muertos en un terremoto en China.

Estas últimas semanas hemos perdido a Steven Bochco, el creador de la inolvidable serie “Canción triste de Hill Street”; a Milos Forman, el director de “Alguien voló sobre el nido del cuco” y “Amadeus”; a R. Lee Ermey el actor que interpretó al terrible sargento Hartman de “La chaqueta metálica”; y a Harry Anderson, el maravilloso juez Harold T. Stone de la serie “Juzgado de guardia”. Todos lamentamos la muerte de un chino en un terremoto, pero tengo que reconocer que algunos lamentamos la muerte de Bochco, de Forman, de Ermey y de Anderson mucho más de lo que Diderot podría entender. Sobre todo, en mi caso, la muerte de Harry Anderson. Seguro que David Hume tenía razón cuando decía que las consecuencias de un alejamiento en el espacio son mucho menores que las de un alejamiento en el tiempo, de modo que la mayor distancia del mundo no puede atenuar nuestras pasiones tanto como el paso de veinte años. Pero, aunque han pasado más de veinte años desde que me reía con “Juzgado de guardia” y, en especial, con el juez Stone que presidia un juzgado del turno de noche en Manhattan, mi pasión por el personaje no se ha debilitado y siento la muerte del actor que lo interpretó tanto como si me hubiera golpeado el dedo meñique con un martillo. Qué divertido era el juez Harold T. Stone, con qué sensibilidad resolvía los extraños casos que se presentaban en su juzgado y cómo conseguía llevar los juegos de magia a un juzgado sin que se notaran los trucos. Ahora que la crónica judicial es una parte de los telediarios tan importante como las noticias del tiempo o los deportes, sería estupendo que los jueces tomaran nota de la forma de trabajar de Harold T. Stone.

Ha muerto Harry Anderson, y al poder judicial le duele el dedo meñique.

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