Estudiar iconos ortodoxos podría ser un solemne peñazo porque, ¿qué evolución puede apreciarse en un arte cuyos códigos y técnicas se han mantenido invariables durante siglos? ¿Qué rasgos diferenciadores pueden adivinarse en un género cuyos autores se someten a la norma y desean con todas sus fuerzas el anonimato? Y sin embargo, al observarlos, uno es consciente de la ventana a la infinitud, de la ruptura del continuo espacio-temporal, en definitiva, de la fuerza divina contenida en tan pequeño espacio de madera recubierta de esmaltes y dorados. Sólo Kubrick con su monolito de “2001: una Odisea del espacio” fue capaz de sintetizar plásticamente una idea de Dios equiparable, aunque, todo hay que decirlo, con mucho menos brilli-brilli.
Después de más de veinte años, he entendido que La 2 alberga su propia versión del icono bizantino, una teofanía cotidiana que cada tarde abre las hojas de su tríptico para acercarnos al Sumo Creador. Ese pedazo de madera sagrada no es otro que “Saber y Ganar”, el único espacio televisivo que, más allá del aspecto inmarcesible de su presentador y la voz grave y celestial que le acompaña, ha mantenido invariables desde el principio sus códigos de realización televisiva, sus tiros de cámara, sus mismas secciones, sus innecesarios rituales ortodoxos en los que los concursantes deambulan por el decorado para recibir un sobre de manos de Pilar Vázquez erigida en vestal oferente, y hasta sus propias formas de salutación codificadas que hallan en el “bienvenido-bienhallado” el equivalente del “Ave María Purísima-sin pecado concebida”.
Mi conversión a la fe es tan poderosa y sincera que acabo de fundar una rama integrista y protestaré enérgicamente por cada cambio de decorado y cada mínima modificación en las infografías de “Saber y Ganar”, cambios que no son sino obligaciones impuestas por sanedrines y jerarcas televisivos erigidos en nuevos mercaderes del templo que nos alejan de los decorados originales de 1997 y, con ello, de la ortodoxia. La televisión habrá desarrollado sus modas, sus escuelas de pensamiento, sus grandeshermanos, sus operacionestriunfos, sus masterchéferes y sus famaabailares, pero todos esos ídolos de barro están llamados a no perdurar. Cuando Jordi Hurtado se asoma a la planicie de la pantalla, es la eternidad quien nos habla (Hurtado fue un día la voz de Epi en “Barrio Sésamo”). Cuando los falsos profetas afirman que “Saber y Ganar” huele a naftalina, niegan la verdad revelada: “Saber y Ganar” es el último programa religioso que queda en la televisión y Sergi Schaaf es dios. ¡Viva la iconodulia!
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