El vino que Ulises regaló al cíclope Polifemo era el vino que Marón, sacerdote de Apolo, había regalado al héroe como agradecimiento por haberle salvado la vida tras el saqueo de la ciudad de Ísmaro, en Tracia (donde hoy se produce un buen vino), poco después de salir de Troya. En la película “Ulises”, protagonizada por el gran Kirk Douglas, Polifemo, agradecido también por el regalo del vino, decide comerse a Ulises en último lugar: “Valiente griego, tú me has enseñado lo que hay dentro de esos granillos rojos; en agradecimiento, te comeré el último”. En la “Odisea” de Homero, Polifemo dice que a Nadie (Ulises) se lo comerá el último, después de sus compañeros, y ese será el don hospitalario que le ofrezca. Sheldon Cooper, nuestro físico teórico favorito, dice en “Big Bang”, como un cumplido hacia Amy, que en caso de necesidad a ella la comería la última. Y hasta en la horrible película “Comando” el excoronel de las Fuerzas Especiales del ejército de los Estados Unidos John Matrix (interpretado por Arnold Schwarzenegger), un tipo que en noventa minutos mata a ciento cuarenta y seis personas, es capaz de decir a uno de los malos: “Me caes bien, a ti te mataré el último”, una frase inspirada (o no) en el canto IX de la “Odisea”. Así que matar el último a alguien, ya sea por agradecimiento, hospitalidad, amor o porque nos cae bien, puede ser algo bueno.
Si todavía no ha visto “Manhattan” (TCM), la maravillosa película dirigida, coescrita y protagonizada por Woody Allen, debería hacerlo antes de querer comerse a Allen, arrancar sus estatuas, quemar sus películas o borrar su nombre de la lista de los grandes artistas. Las acusaciones de abusos sexuales cometidos por Allan Stewart Königsberg (más conocido como Woody Allen) han levantado la veda no sólo contra Allan Stewart Königsberg, sino también contra Woody Allen, de forma que los que ayer le idolatraban, hoy le desprecian; los que ayer suplicaban trabajar con él, hoy huyen de su lado; y los que ayer se hacían fotos con su estatua en Oviedo, hoy quieren que esa estatua sea derribada como la de Sadam Husein en Bagdad. No sé si seremos capaces de distinguir entre Allan Stewart Königsberg y Woody Allen, ni si será posible ver “Manhattan” sin ver a Dylan Farrow en la cara de Tracy, pero al menos podríamos ser como Polifemo, Sheldon o John Matrix y decidir comernos el último a Woody Allen. No es por tener un poco de fe en las personas, como Tracy le dice a Isaac al final de “Manhattan”, sino por “Manhattan”.
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