28/3/18

LO, LO, LO, LO


No me río con los vídeos de “Vergüenza ajena” porque, entre otras cosas, esos vídeos hacen que me avergüence de la especie humana. No puedo sentir vergüenza ajena con las absurdas caídas de esos tipos que ponen en aprietos a la selección natural de Darwin, ni con el abrumador catálogo de estupideces paridas por las mentes ociosas de idiotas con móvil, ni con los que son capaces de todo (sí, de todo) con tal de tener su minuto escaso de gloria porque, como dice un personaje de una comedia de Terencio, soy humano y nada de lo humano me es ajeno. No siento vergüenza ajena cuando veo un  vídeo de “Vergüenza ajena”, sino vergüenza propia. Por eso paso de “Vergüenza ajena” y de los “prolegómenos” de los partidos de fútbol entre selecciones nacionales. Lo siento. No puedo ver (ni escuchar) a los jugadores franceses emocionarse con los horribles versos de “La Marsellesa” o a los futbolistas italianos gritando que están “preparados para la muerte”. Los himnos nacionales me producen tanta vergüenza ajena como los vídeos de “Vergüenza ajena”. Por eso la letra inexistente del himno de España me alegra la noche, mientras que las alusiones a Dios del himno de Rusia y el deseo de que una señora tenga un largo reinado sobre los británicos hacen que esconda la cara entre las manos. Y por eso soy un fan absoluto del “lo, lo, lo, lo”, letra oficiosa del himno español.

En el partido entre las selecciones de Alemania y España (Telecinco), una voz surgida de lo más profundo de la  barra del bar donde estaba viendo el partido se elevó sobre todo y sobre todos para proclamar que era una “vergüenza” que el himno de España no tuviera letra, y que el “lo, lo, lo, lo” que acompañaba a la música le producía “vergüenza ajena”. Es curioso. A mí, sin embargo, lo que me produce vergüenza ajena son las letras de los himnos (“que una sangre impura inunde nuestros surcos”), el horrible coro desafinado que forma una selección de fútbol y la sombra de sospecha que cae sobre el futbolista que no mueve los labios mientras suena el himno de su país. Es mucho mejor el “lo, lo, lo, lo” del himno de España que el “impávido coloso” brasileño, la receta del himno alemán para conseguir la felicidad que no tiene en cuenta las aportaciones de Aristóteles o la alusión “al que murió en la cruz” del himno colombiano. Lo, lo, lo, lo y gol de Iniesta.

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