(Nota previa del autor: lo que son las cosas... Escribí esta columna a primera hora de la mañana de ayer, antes de que sucediera nada en la frontera danesoalemana. Ni el título ni el contenido tienen nada que ver con ello).
Durante siglos y siglos, muchísimos países occidentales contaron en su legislación con la pena de destierro. Se reservaba para delitos especialmente graves, y era el castigo inmediatamente inferior a la mismísima pena de muerte. Se encuentra ya en el ostracismo de la antigua Grecia, en la deportatio de la antigua Roma. Portugal enviaba a sus delincuentes más peligrosos a África y Brasil a partir del siglo XVI. Inglaterra los enviaba a sus colonias norteamericanas a partir del siglo XVII. Napoléon pasó sus últimos días en la isla de Santa Elena en cumplimiento de una pena de destierro. Poco a poco fue desapareciendo de los ordenamientos jurídicos de la mayoría de los países -¡en España aguantó hasta 1995!- pero sigue habiendo un ámbito en donde el destierro es aún una práctica habitual: las cadenas de televisión. Si un programa comete un delito de lesa humanidad puede ser condenado a muerte; si en el último momento el tribunal se ablanda, lo destierra a la madrugada, que es el correlato televisivo del Brasil del siglo XVI, la colonia de la Isla del Cabo Bretón en el siglo XIX o la isla de Santa Elena.
Le acaba de pasar a “Dicho y hecho”, el estreno de hace un par de semanas presentado por Anabel Alonso y José Corbacho, con el que TVE pretendía llevarse de calle el prime time del viernes. Duró una emisión, exactamente una, tan, pero tan rematadamente mala, que se formó inmediatamente un consejo de guerra y se decretó su destierro al late late night, más o menos tan en mitad de la madrugada como lo está la isla de Santa Elena respecto del océano Atlántico. Todos saben que el destierro no es más que una muerte a cámara lenta, por lo que el veredicto contra “Dicho y hecho” es tan mortal como un fusilamiento, por mucho que se prolongue la agonía. Nadie, nadie vuelve de la isla de Santa Elena, y el destierro permanente revisable tiene más de permanente que de revisable. Nadie, nadie jamás ha vuelto de la madrugada, el único territorio de la televisión en donde las muertes pasan desapercibidas.
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