“¿Para qué te vas a duchar si vas a volver a sudar? ¡Es que no es
ético!”. A veces, algunas veces, la tele tiene razón. “Yo pensaba que León estaba en Toledo. Parecido, ¿no? Las casas
colgantes…”. La noche de los jueves, Cuatro nos hace felices. “¿Estoy mona? ¿Pero mona o divina? ¿Divina o
pasada de divina?”. Esto reconforta más que el Prozac y Platón juntos. “¡Eso fue una fuerza oscura de la naturaleza que se introdujo en la
furgoneta!”. ¿No notan ya su efecto balsámico y benefactor? “Todos los heteros son maricas, a mí no me
ralles, cari”. Respiren hondo, pongan la espalda recta, eleven la barbilla,
miren al frente, disfruten de la seguridad en sí mismos conquistada viendo lo ignorantes,
simples, ridículos y estúpidos que son los personajes ignorantes, simples, ridículos
y estúpidos que Cuatro ha reunido y guionizado en “Los reyes del barrio”.
Reconozcámoslo: mirar por encima
del hombro a los demás es una de las grandes satisfacciones de la vida. Antes
de que hubiera tele, había que esforzarse para obtener ese íntimo placer porque
era preciso lograr esa superioridad ante los demás. Para no malgastar energía y
evitar conflictos se solía recurrir a la edificante figura del tonto del
pueblo, blanco consensuado de abusos, burla y escarnio compartido. Pero con la
tele sentirse superior es más fácil. Ya no hay ni que salir de casa a buscar al
tonto del pueblo. La industria nos sirve en bandeja una serie de personajes ya
picaditos, fáciles de criticar y estereotipados según unos perfiles simplones
para que cada uno escoja a quién quiere despedazar para sentirse mejor persona.
Bueno, mejor persona igual no, pero sí mejor a secas, más chulo, superior.
Llegar aquí no fue fácil. Los
primeros pasos fueron torpes. Ahí está el caso del gran pionero Javier Cárdenas, con sentencia firme e
inapelable del Tribunal Constitucional por burlarse y ridiculizar a un
discapacitado físico y psíquico hace años. Hoy, el progreso televisivo nos ofrece
una superioridad garantizada y sin indeseables efectos secundarios, ¡viva la
civilización y la madre que nos parió!
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