En caso de duda, el Nilo. Una canción de los Beatles, un libro de Julio Verne, un vestido negro, una cita de Mafalda, un vermú el domingo por la mañana, una película iluminada por la media sonrisa de Humphrey Bogart o los ojos de Gene Tierney, un capítulo de “Doctor en Alaska”, un sofá delante de una chimenea, la lluvia en el cristal. Todo eso nunca falla. Pero el Nilo está a otro nivel. Ponga un documental sobre el Nilo en su vida y los límites del mundo se ensancharán hasta convertir al desafío belga-catalán o los necios tuits escritos por el Hombre Naranja en algo tan insignificante como una pregunta de Pablo Motos a Jared Leto o a cualquiera de los invitados de “El hormiguero”. ¿Lleva diez minutos tocando los botones del mando a distancia con la esperanza de no toparse con un documental sobre los extraterrestres, anuncios, una película de Steven Seagal, anuncios, la remisión de un capítulo de “Aquí no hay quien viva”, anuncios, Puigdemont imitando a Tip hablando francés, anuncios, concursantes de “Gran Hermano”, concursantes de “First Dates”, concursantes de “MasterChef”, concursantes de “Operación Triunfo” o concursantes de las tertulias de Trece? No pierda más el tiempo. El Nilo.
El capítulo de la serie documental “Barcos extremos” (La 2) dedicado al descenso del Nilo nos propone acompañar a Holly Morris en un viaje desde Asuán a Luxor pasando por Kom Ombo y la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes, pero el auténtico protagonista es el Nilo y, con el río que parió a Egipto, una faluca y un barco de los años 20 que se mueven por el agua con la delicadeza con la que Iniesta se desplaza por un campo de fútbol. Sin embargo, les sugiero que presten atención a la ensordecedora ausencia de turistas en los grandes monumentos egipcios (Holly Morris pasea sola por el templo de Luxor), la desoladora imagen del restaurante semivacío del barco “Sudán” (sólo tres viajeros) y los rostros desconcertados de los egipcios que no tienen turistas a los que trasportar. Sin entrar en consideraciones políticas, la cuestión es que el templo de Luxor sin turistas es más feo. A los viajeros les gusta disfrutar de las maravillas de Egipto en soledad o, como mucho, en compañía de unos pocos, como Poirot cuando visita Luxor en “Muerte en el Nilo”. Pero los turistas sabemos que el templo de Luxor vacío, un restaurante sin clientes, un conductor de carro aburrido o una tumba maravillosa visitada sólo por los restauradores y arqueólogos no son más bellos, sino tan tristes como un futbolero cuando grita “¡gol!” en una grada desierta o en un bar vacío. No me imagino a Poirot celebrando un gol, pero me habría gustado ver a Holly Morris abrazando a otros turistas tras la victoria de su equipo en Luxor.
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