Los seguidores fanáticos de “The Americans” llevamos una vida solitaria. No es la vida de los seguidores de “Juego de Tronos” o “The walking dead”, que encuentran con facilidad interlocutores con los que hablar de su serie favorita. Nosotros sabemos lo que es terminar un capítulo que nos ha dejado sin respiración y no tener con quién comentarlo, estar bebiendo cerveza con un amplio grupo de conocidos y comprobar que nadie sabe ni siquiera que dicha serie existe, colgar en tuiter la frase “Phillip y Elizabeth Jennings forman la pareja más compleja y fascinante de la historia de la televisión” y cosechar exactamente cero likes y cero coma cero retuits. De hecho, ni siquiera sé por qué sigo escribiendo esta columna: todos los lectores la habrán abandonado ya al notar que habla sobre “The Americans”.
Pero llevamos nuestra carga con dignidad. Nos sabemos depositarios de la que lleva ya cinco años siendo la mejor serie de televisión del planeta y no nos dejamos abrumar por dicha responsabilidad. Entendemos también que no tenemos fácil el proselitismo: para revelar al espectador todo lo que contiene, este austero y violentísimo drama sobre la vida de los espías rusos en los Estados Unidos de Ronald Reagan requiere más paciencia, atención y perseverancia que la mayoría de las series de televisión contra las que compite. Formando una terrible tautología, los seguidores fanáticos de “The Americans” terminamos aprendiendo nuestro sectarismo y camuflaje de Mischa y Nadezhda, es decir, de Phillip y Elizabeth.
Somos agentes durmientes de “The Americans” a la espera del momento de conquistar la televisión. Aunque, como todos los espías soviéticos que aparecen en la serie, hemos terminado aceptando que ese momento nunca llegará, y que, como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en los años 80, falta ya sólo una última temporada para que este monstruo producido por el sueño de la razón termine.
1 comentario:
Tremendamente agradecido por haberme descubierto esta gran serie.
спасибо
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