No se puede andar soltando palabras nuevas en una lengua así como así. Las lenguas son delicados engranajes que funcionan gracias a minuciosos equilibrios, y una palabra nueva, innecesaria, amorfa, puede desencajarlo todo. Como una especie invasora en un ecosistema extraño. A mediados del siglo XIX Thomas Austin liberó cerca de Melbourne veinticuatro conejos por aquello de echarse unas risas cazándolos. Cincuenta años más tarde -ah, las progresiones geométricas- la población de conejos australianos superó los diez mil millones de individuos. Arrasaron la fauna y la flora autóctona. Estupefactos, las autoridades intentaron frenarlos introduciendo zorros, pero los zorros prefirieron comerse a los marsupiales; levantaron vallas, pero los conejos las sortearon; difundieron virus, pero aparecieron conejos resistentes a esos virus. Ciento cincuenta años después de Thomas Austin, Australia aún no tiene resuelto el problema de los conejos.
Sinceramente, temo que la palabra “amodio”, creada por Campofrío para referirse a sentimientos que fluctúan entre el amor y el odio, irrumpa en la lengua española como los conejos en el sur de Australia. La empresa de embutidos charcuteros ha presentado su habitual campaña de Navidad plagada de inesperados famosos -¿Eljuez Garzón? really?- para celebrar en tono hedónico nuestra idiosincrasia patria. Al parecer, somos el único país del mundo cuyos ciudadanos tienen sentimientos encontrados y ambivalentes hacia aspectos de la vida cotidiana. Fíjate. Y la campaña potencia el neologismo “amodio” como el colmo del ingenio en una jugada comercial cuya irresponsabilidad deja a Thomas Austin al nivel de un ecologista menonita.
Detengamos “amodio”. Ahora, que aún no se ha extendido. Aprendamos de nuestros antípodas que después no habrá depredador, valla o virus que pare a esta especie invasora. Puede parecer trivial, pero no lo es. Si no, dentro de ciento cincuenta años estaremos haciendo la compra en el supermercado y nuestros hijos, al coger productos de la sección de charcutería, se quejarán diciendo que sienten amodio hacia las lonchas de conejo Campofrío, las únicas que habrá en el expositor.
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