—Perdón, pero se me ha caído algo
mucho más importante que un pendiente en oro, se me ha caído la dignidad.
“Gran Hermano Revolution” da
vueltas en el escenario y la dignidad sale disparada a un rincón. Como aquella
vez, hace cuarenta años, que a Lola
Flores se le escapa un pendiente.
—Ha caído por ahí. No, no, eso
no. Es una dignidad. No sé, pero no se puede perder.
1977. Punk en Madrid. Lola actúa
con público y en directo en “Esta noche… Fiesta”, cuando un pendiente sale
despedido. Detiene el espectáculo y busca el pendiente. “GH Revolution” ni es
la vida ni es en directo, pero sí es una revolución. Una revolución de 360
grados que marea para quedar donde estaba, un torbellino que lo pone todo patas
arriba para dejarlo igual. Con lo que no contaban en “GH Revolution” es con que
se les escapara la dignidad en un giro.
—Bueno, ustedes me lo vais a
devolver porque mi trabajito me costó.
Así comenzó Jesús Vázquez
la promoción de esta edición de “GH”: “los
millennials vais a vivir la misma sensación que vivimos los que vimos el primer
GH hace 17 años”. Revolución vuelta y vuelta. Vuelta a la casilla de salida,
que su trabajito les costó. Que ya en la preselección de los concursantes en
Valencia tuviera que intervenir la policía, es buena señal. Después, las
acusaciones de machismo o racismo en el plató añaden la habitual sal gruesa al
plato. Y llega una violación. Una presunta violación. Parece demasiado, pero la
chica dice que su ilusión es concursar, no pone denuncia y pide volver a la
jaula de oro. Perfecto, eso incluso mejora el guion previsto. En el lugar más
vigilado de España, repleto de cámaras y grabaciones, a Telecinco se le escapa
la dignidad en un giro y no la encuentra, no ve nada. Prefiere guardar las
imágenes de un caso así de gordo en un cajón. Presentadores, concursantes y
espectadores están de acuerdo. La complicidad es una bestia de muchas cabezas.
—Bueno, muchas gracias, de todo
corazón, pero el negocio, Íñigo, no
lo quiero perder, ¿eh?, por favor.
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